Nicholas Culpeper es uno de esos personajes conocidos tanto por sus virtudes como por sus vicios. Y admirado y despreciado casi en igual medida.
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Era un boticario y médico inglés del siglo XVII. O un charlatán grosero.
Era un fumador empedernido, que bebía sin límites y despilfarraba dinero.
Pero también un hombre entretenido que usaba el dinero heredado o de su esposa para atender a los pobres gratuitamente y se dedicó a servir a los enfermos y a los débiles.
Escribió numerosos textos y, cuando en 1644 estableció su propia tienda en el este de Londres, comenzó a traducir libros de medicina al inglés.
Así los hizo accesibles a un público más amplio para que se beneficiara del conocimiento médico y farmacéutico, lo que amenazó los monopolios de los médicos capacitados en la universidad.
También escribió panfletos contra el rey, todos los sacerdotes y abogados, y médicos con licencia.
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Sus métodos de curación eran lo mejor de la época o, según algunas versiones, fue uno de los hombres inescrupulosos de los siglos XVI y XVII que aprovecharon la credulidad del hombre para promover pseudociencias como la doctrina de las firmas y la botánica astrológica.
¿Doctrinas y firmas?
La doctrina de las firmas fue un aspecto importante de la medicina popular desde la Edad Media hasta el período moderno temprano.
Se basaba en la creencia de que el color, forma, tamaño y hasta longevidad de las plantas daban una indicación clara -una "firma"- de su uso medicinal.