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Cómo el furor por las bananas centroamericanas y la carne argentina llevaron a la creación de una cadena fría que revolucionó el mundo

El deseo de exportar estos productos impulsó la invención de los barcos frigoríficos que luego llevaron a la creación de la cadena de frío que revolucionó la manera en que nos alimentamos y vivimos.

"Más loco que media docena de sapos fumando opio": así describió un observador al presidente de Guatemala, el general Jorge Ubico.

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Al general Ubico le gustaba vestirse como Napoleón Bonaparte. Es posible que incluso haya creído que era su reencarnación.

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Como muchos dictadores latinoamericanos del siglo XX, el general tenía una relación cercana con la United Fruit Company, la gigante empresa estadounidense que producía y comercializaba frutas tropicales, en particular bananas.

Se la conocía como "El Pulpo" porque sus tentáculos llegaban a todos lados.

Ubico sancionó una ley que obligaba a los nativos guatemaltecos a trabajar para los terratenientes, es decir para la United Fruit Company.

Eran dueños de casi toda la tierra cultivable del país. Y dejaron la mayor parte improductiva, por si la llegaran a necesitar en un futuro.

Sostenían que la tierra no valía casi nada y que por ello no tenían que pagar casi nada en impuestos. Ubico estuvo de acuerdo.

Pero luego Ubico fue derrocado. Un soldado idealista llamado Jacobo Árbenz tomó el poder. Y él le hizo frente a El Pulpo. Si la tierra valía tan poco -sostuvo- el Estado la compraría y dejaría que los campesinos la cultiven.

A la United Fruit Company no le gustó mucho esta idea. Hicieron lobby al gobierno de EE.UU., contratando a una agencia de relaciones públicas para que hiciera creer que Árbenz era un peligroso comunista.

La Agencia Central de Inteligencia (CIA) se involucró. En 1954 Árbenz fue derrocado por un golpe de Estado, lo desvistieron dejándolo en calzoncillos y lo enviaron en avión a un exilio ambulante.

Su hija se suicidó y él terminó bebiendo hasta el olvido. Murió en una bañadera de hotel con una botella de whisky en la mano.

Guatemala se hundió en una guerra civil que duró 36 años.

Quizás te estés preguntando qué tiene que ver todo esto con un invento que cambió al mundo. La respuesta: bananas.

Uno de los cofundadores de la United Fruit Company fue un hombre llamado Lorenzo Dow Baker. Comenzó siendo marinero.

En 1870 había llevado a unos buscadores de oro por el río Orinoco. Cuando su barco tuvo una pérdida en el viaje de regreso a su hogar en Nueva Inglaterra, tuvo que parar en Jamaica para que lo repararan.

Tenía algo de dinero y le gustaban las apuestas así que compró unas bananas, jugándose a que podría llevarlas consigo a su destino antes de que se pusieran demasiado maduras.

Lo logró, con el tiempo justo, y las vendió ganando un buen margen. Luego regresó a comprar más.

Las bananas se convirtieron en una exquisitez en las ciudades puerto como Boston y Nueva York.

Las mujeres las comían con cuchillo y tenedor, para evitar cualquier insinuación sexual.

Pero las bananas eran un negocio riesgoso. Su tiempo de caducidad era muy parecido al tiempo que tardaba el trayecto y cuando llegaban al puerto estaban demasiado maduras como para poder ser enviadas al interior.

Si hubiera una manera de refrigerarlas en camino, madurarían más lentamente y podrían alcanzar a un público más amplio.

Las bananas no eran el único alimento que generaban un interés en barcos con refrigeración. Dos años antes del primer viaje de Baker desde Jamaica, el gobierno de Argentina ofreció un premio a quien pudiera mantener su carne fría por suficiente tiempo como para exportarla a través del mar.

Llenar los barcos de hielo había resultado en costosos fracasos.

Ya hacía un siglo los científicos sabían que se podía crear frío artificial comprimiendo algunos gases en forma líquida y luego dejando que el líquido absorbiera el calor a medida que se volvía a evaporar.

Sin embargo, no se había logrado diseñar un artefacto que sirviera para uso comercial. En 1876 el ingeniero francés Charles Tellier preparó un barco, lo llenó de carne y navegó hasta Buenos Aires, para comprobar que su sistema funcionaba: tras 105 días en altamar, la carne llegó todavía apta para consumo.

Un diario argentino de la época, La Liberté, celebró: "¡Mil veces hurra por las revoluciones de la ciencia y el capital!".

Las exportaciones de carne argentina podían comenzar.

Para 1902 ya había 460 barcos frigoríficos -o reefers, como se las llamaba en inglés- que atravesaban los océanos del mundo llevando un millón de toneladas de carne argentina, bananas de El Pulpo y muchos otros alimentos.

Mientras tanto en Cincinnati, EE.UU., un niño afroamericano hacía frente a la vida como huérfano. Dejó la escuela a los 12 años, consiguió un trabajo barriendo en un garaje y aprendió a arreglar autos.

Su nombre era Frederick McKinley Jones y se convirtió en un inventor prolífico.

Para 1938 estaba trabajando como ingeniero de sonido cuando un amigo de su jefe, que dirigía una empresa de camiones, se quejó de las dificultades para transportar bienes perecederos por tierra.

Los sistemas de refrigeración de los barcos no podían aguantar la vibración del traslado por tierra así que los dueños de camiones tenían que llenarlos de hielo y esperar poder completar el viaje antes de que se derritiera.

No siempre se lograba.

¿Acaso podría el brillante, autodidacta Jones inventar una solución?

Pudo. El resultado fue una nueva empresa, Thermo King, y el último eslabón en la "cadena de frío": la cadena global de suministros que mantiene los bienes perecederos a temperaturas controladas.

La cadena de frío revolucionó la atención sanitaria.

Durante la Segunda Guerra Mundial las unidades de refrigeración portátiles de Jones permitieron preservar los medicamentos y los bancos de sangre para los soldados heridos.

La cadena de frío lograba que las vacunas se transportaran por todo el mundo sin estropearse, al menos hasta que llegan a zonas remotas en países pobres donde el sistema eléctrico es poco fiable -pero ya se están creando nuevas invenciones para resolver este problema-.

Pero sobre todo, la cadena de frío revolucionó los alimentos.

En un día caluroso de verano, digamos con 25°C, el pescado y la carne solo duran frescos unas horas; la fruta se pone mohosa; las zanahorias podrían llegar a durar tres semanas, si tienes suerte.

Pero con la cadena de frío el pescado dura una semana, la fruta meses y los vegetales de raíz hasta un año. Y si congelas el alimento dura aún más.

La refrigeración amplió nuestras opciones alimenticias: frutas tropicales como la banana pudieron empezar a consumirse en cualquier lado.

Mejoró nuestra nutrición.

Permitió la creación del supermercado: si no tienes manera de mantener la comida fría tienes que hacer constantes viajes al mercado; con una nevera con congeladora puedes hacer las compras una vez por semana o por quincena.

La cadena de frío hizo posible la invención del supermercado y liberó a las mujeres para que pudieran trabajar.

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