"En 1906, Santiago Ramón y Cajal recibió el Premio Nobel de Medicina. Él había querido ser artista pintor. Su padre no lo dejó, y no tuvo más remedio que convertirse en el científico español más importante de todos los tiempos".
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Eduardo Galeano empezó así su breve pero completa historia sobre "Don Santiago" en "Los hijos de los días", bajo el título "El arte de las neuronas".
"Se vengó dibujando lo que descubría", escribió el escritor uruguayo: "Sus paisajes del cerebro competían con Miró, con Klee"… y cuánta razón tenía. Mira esto:
Ramón y Cajal fue uno de los primeros exploradores de esa incógnita que es el cerebro. Pasaba horas mirando tejidos en el microscopio y gracias a su "manía irresistible de manchar papeles" dibujó miles de neuronas, neuroglias y otras fascinantes cosas que encontró adentro del cráneo.
Una selección de ellos están recogidos en el libro de la editorial Abrams "The Beautiful Brain" o "El hermoso cerebro".
Felizmente, esas ilustraciones fueron el resultado de la "guerra sorda entre el deber y el querer" que tuvo con sus progenitores que, a todas luces, los últimos ganaron.
"¡Adiós ambiciosos ensueños de gloria, ilusiones de futuras grandezas! ¡Era menester trocar la mágica paleta del pintor por la roñosa y prosaica bolsa de operaciones! ¡Era forzoso cambiar el mágico pincel, creador de la vida, por el cruel bisturí, que sortea la muerte; el tiento del pintor, semejante a cetro de rey, por el nudoso bastón de médico de aldea!", lamenta en su autobiografía "Recuerdos de mi vida".
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Y es que, además de científico y pintor, Ramón y Cajal escribía libros y ensayos, artículos científicos y hasta una serie de divulgación que llamó "Las maravillas de la histología" y que publicó bajo el seudónimo "Doctor Bacteria" en la revista La Clínica.
Aunque en términos literarios hay quienes han cuestionado la calidad de su escritura, lo cierto es que a menudo le da sabor a un tema que de por sí, para los no entendidos, es insípido.
Considera, por ejemplo, pasajes de su explicación de "las opiniones reinantes por entonces entre los sabios sobre la constitución íntima de la substancia gris", en los que se transparentan también sus propias opiniones.
En su época, había una hipótesis defendida por casi todos los neurólogos: la "teoría reticular". Sostenía que el sistema nervioso estaba formado por fibras nerviosas en forma de una compleja red en la que el impulso nervioso se propagaba sin interrupción.
"La hipótesis de la red era un formidable enemigo", escribe Ramón y Cajal, quien con su trabajo la refutó.
"Creada por Gerlach, sostenida después por Meynert y otros neurólogos célebres, durante una época en que la penuria metodológica excusaba las aventuras de la fantasía", continúa.
Y más abajo…
"Comodín admirable, porque dispensa de todo esfuerzo analítico encaminado a determinar en cada caso el itinerario seguido a través de la substancia gris por el impulso nervioso. Con razón se ha dicho que la hipótesis reticular, en fuerza de pretender explicarlo todo llana y sencillamente, no explica absolutamente nada".
Las investigaciones que hizo le permitieron a Ramón y Cajal proponer la teoría neuronal que correctamente interpretaba el sistema nervioso como formado por células con autonomía anatómica y fisiológica.
Su idea revolucionó la ciencia pues confirmó que todas las células sin excepción son estructuras individuales.
Dibujos como éste iluminaron la comprensión del sistema nervioso y proporcionaron la doctrina de las neuronas.
Esta proponía que, a diferencia de lo que se pensaba entonces, el sistema nervioso no era una red singular, autónoma y continua.
Era más bien un grupo de neuronas que transmitían impulsos químicos y eléctricos a las neurona vecina. En otras palabras, la mente estaba formada por neuronas individuales que componían esa reacción en cadena, como si estuvieran "hablando" entre sí.
No fue sino hasta mediados del siglo XX, unas dos décadas después de la muerte de Ramón y Cajal, que finalmente se probó que estaba en lo correcto.
Quizás fue porque como él escribió: "Afirmar que todo se comunica con todo, vale tanto como declarar la absoluta incognoscibilidad del órgano del alma".
Hoy en día podemos entender el cerebro mejor que hace un siglo, pero como escribe la neurocientífica de la Universidad de Minessota Janet Dubinsky en "The Beautiful Brain": "No sabemos cómo el cerebro —tres libras (1,4 kilogramos) de agua, aceite, moléculas pequeñas y proteínas— puede realizar tantos cálculos individuales usando tan poca energía".
"No entendemos completamente cómo el cerebro crea la mente. De muchas maneras, nuestras preguntas y objetivos científicos en el siglo XXI siguen siendo los mismos que los de Ramón y Cajal: ‘clarificar el secreto de la vida mental’".
Lo que sí sabemos, como escribió Galeano, es que "él disfrutaba explorando los misterios del sistema nervioso, pero disfrutaba más dibujándolos. Y todavía más, más todavía, disfrutaba diciendo a viva voz lo que pensaba, a sabiendas de que eso iba a darle más enemigos que amigos. A veces preguntaba, sorprendido: ‘¿No tienes enemigos? ¿Cómo que no? ¿Es que jamás dijiste la verdad, ni jamás amaste la justicia?‘".