En un país con voto voluntario y alta abstención electoral, pocos se animan a apostar a un resultado concreto en las elecciones de este domingo en Chile, donde se elegirá Presidente de la República y se renovarán la Cámara de Diputados y parte del Senado.
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Pero hay dos cosas que sí están claras: una es que el expresidente y empresario de centroderecha Sebastián Piñera llega a la recta final liderando las encuestas; la otra es que estos son en varios aspectos unos comicios inéditos.
Este año debutarán nuevas reglas para la elección parlamentaria y que es posible que el sistema político chileno, que hace 27 años se divide en dos grandes bloques, se abra a la representación de nuevas fuerzas como el Frente Amplio, que -en un símil al «Podemos» de España- rechaza tanto la herencia del régimen militar como los acuerdos de los gobiernos democráticos de la transición post Pinochet.
Clave en este eventual reacomodo de fuerzas es el fin del sistema electoral binominal vigente desde 1989 por uno proporcional moderado, el método D’Hondt.
En teoría, el nuevo sistema podría favorecer a las nuevas corrientes que, en medio del desencanto con la política tradicional, han proliferado tanto a la derecha como a la izquierda.
Los cambios
«Antes, el sistema electoral binominal privilegiaba los consensos y la negociación entre dos fuerzas», le dice a BBC Mundo la abogada María Jaraquemada, directora de investigación del centro de estudios «Espacio Público».
«Hoy tenemos un nuevo sistema que va a generar mayor dispersión, mayor atomización. Es probable que nuevos actores lleguen al Congreso, y en ese caso los partidos tradicionales van a tener que negociar con ellos por primera vez».
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Junto al sistema electoral, se modificó también el mapa electoral y aumentaron los cupos al Congreso.
Por primera vez también, se aplicó una cuota donde hombres ni mujeres pueden superar el 60% de las candidaturas. Como resultado, nunca hubo tantas candidatas: casi un 33% de las personas en la competencia, son mujeres.
«Habrá un realineamiento político, sin duda», le dice a BBC Mundo Marcela Ríos, del Programa de Gobernabilidad del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.
«Lo que está por verse es si efectivamente con estas nuevas reglas, también se renuevan los actores, si entrarán al sistema más mujeres, nuevos representantes, en definitiva, si va a cambiar lo que hoy vemos en Chile, que es la concentración de la élite chilena en una ciudad, Santiago, dos universidades, cuatro profesiones, 14 colegios. La de Chile es una élite muy homogénea y la fragmentación de los partidos que se podría producir en esta elección, podría ayudar a cambiar eso».
El remezón político
Los cambios en las reglas electorales coinciden con un remezón en los partidos políticos chilenos, reprobados por la ciudadanía y divididos por las reformas tributaria, laboral y educativa de la presidenta Michelle Bachelet. Y la despenalización del aborto conseguida bajo su administración.
Las diferencias en torno a la velocidad, la profundidad y la calidad de estos cambios separó a socialistas y democratacristianos, aliados en el gobierno desde el fin del régimen militar en 1990, que por primera vez presentan candidaturas presidenciales separadas: el periodista Alejandro Guillier y la senadora Carolina Goic, respectivamente.
Por la izquierda, donde las reformas se consideraron tímidas o insuficientes, otros cuatro candidatos reclaman un espacio a los nombres oficialistas: la periodista Beatriz Sánchez, del Frente Amplio, el senador independiente Alejandro Navarro, el profesor Eduardo Artés y, en su tercera candidatura, Marco Enríquez Ominami.
En la centro derecha, donde creen que las reformas fueron mal hechas y atentaron contra el modelo de desarrollo que determinó el crecimiento económico chileno, se ubica el empresario Sebastián Piñera. En una línea más conservadora, se presenta el senador independiente José Antonio Kast, quien cree que es necesario formar un frente contra la izquierda y se opone a la despenalización del aborto ya aprobada en el Congreso.
La fragmentación política ha generado una cantidad récord de aspirantes presidenciales en Chile. Pese a ello, la propaganda política ha sido menos vistosa que nunca.
Las características «palomas» (carteles móviles de propaganda política) que plagaban Santiago en elecciones anteriores, han disminuido drásticamente. La papelería, los lienzos, los carteles y los jingles radiales de comicios anteriores han sido reemplazados por otras estrategias, como los «corpóreos», personas con máscaras de espuma con el rostro de los candidatos que desfilan en eventos de campaña o se acercan a los automovilistas en los semáforos. El de Piñera tiene hasta su propio nombre: «Piñerín».
Donaciones normadas
El nuevo paisaje electoral chileno responde a otro cambio más: las flamantes normas de propaganda política, parte de un paquete mayor de leyes que aprobó el Congreso chileno tras las investigaciones judiciales sobre distintas empresas -entre ellas SQM, dirigida por el exyerno de Pinochet Julio Ponce Lerou- acusadas de financiar ilegalmente a parlamentarios de distintos partidos.
Siguiendo las reformas propuestas por el Consejo Anticorrupción liderado por un economista de la Universidad de Yale, el profesor Eduardo Engel, también es la primera vez que las donaciones a las campañas políticas están normadas, son públicas y limitadas.
En forma inédita también, los nombres de los donantes, y los montos que entregan se pueden seguir semana a semana en internet en el sitio web del Servicio Electoral.
«Vamos a tener una cámara de diputados menos cuestionada por financiamiento político, ya que será nueva y elegida bajo las nuevas reglas de fiscalización», valora María Jaraquemada, que participa en el observatorio «Lupa Electoral», donde se entrega información sobre propaganda y financiamiento electoral y se llama a la ciudadanía a plantear sus denuncias en el tema.
Sin embargo, la experta advierte que «las cifras de confianza en los parlamentarios en Chile no van a mejorar en sólo dos años», pues en el país se requiere de «más participación y mejor rendición de cuentas».
«Yo creo que todos los cambios, electoral, de financiamiento, de fiscalización permitirán que los cambios de las fuerzas políticas chilenas se traduzcan en el Congreso, que las transformaciones políticas se transparenten», dice Marcela Ríos.
«Si es así, debería disminuir el poder de los partidos tradicionales frente a los emergentes. Pero todo eso depende de algo clave: la participación electoral. La baja participación hace que los cambios sean menos radicales, menos importantes, porque los mismos votan siempre por los mismos. Si votara todo el mundo o la mayoría, habría más incertidumbre respecto a lo que va a ocurrir», añade.
En Chile, el voto fue obligatorio hasta 2012.
Desde entonces, las cifras de participación, que ya iban a la baja, han disminuido sostenidamente. Un 51% participó en las últimas parlamentarias y sólo un 43% votó en la segunda vuelta presidencial donde triunfó Bachelet.
Este 19 de noviembre, los chilenos se aprestan a enfrentar una elección única y no sólo en su país. Por primera vez en su historia, Chile permitirá además que los ciudadanos que viven en el extranjero participen en la presidencial.
Pese a que fue un tema que se debatió en forma álgida y por años, hoy parece una novedad menor en medio de un proceso lleno de cambios al que no se sabe cuántos se sumarán.