Fue el avión de pasajeros más icónico de la historia y, hasta su fatal accidente en 2000 -que acabó con la vida de las 109 pasajeros y de cuatro personas que se hallaban en tierra-, era el más seguro.
PUBLICIDAD
Pero el 22 de noviembre de 1977 aquella tragedia estaba todavía muy lejos en el tiempo. El Concorde se preparaba para ejecutar su primer vuelo directo entre las dos grandes capitales del Viejo y el Nuevo Mundo: Londres y Nueva York.
En un trayecto que apenas tres horas y media, la aeronave anglo-francesa surcaría los cielos de Europa y América duplicando la velocidad del sonido.
El Transporte Supersónico (STT, por sus siglas en inglés) estaba en su mejor momento. Y este vuelo comercial inaugural entre las dos ciudades más importantes del mundo occidental era la culminación de su éxito.
La construcción de los Concorde había comenzado hacía 15 años, en plena carrera tecnológica durante la Guerra Fría.
Los fabricantes aéreos estatales de Reino Unido (British Aircraft Corporation) y Francia (Aérospatiale) se pusieron a trabajar en lo que muchos consideran una maravilla de la ingeniería que revolucionaría para siempre la aviación.
"Es un avión mágico… el placer de volar en él es casi carnal", dijo sobre él una azafata de la aerolínea francesa Air France.