Fue un momento raro.
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En mitad de un discurso sobre su gira diplomática por Asia, Donald Trump, detuvo su alocución para buscar un botellín de agua junto al podio pero no lo halló. Entonces, volvió a agacharse hacia un lado, tomó la botella y se irguió con ella, colocándola a un lado como quien no quiere mojarse en caso de que se derrame. Tomó un sorbo y regresó a su discurso.
La curiosa escena enloqueció a las redes sociales, que se llenaron de comentarios y memes al respecto.
A ello contribuyó en parte, el hecho de que en 2013 el senador republicano Marco Rubio vivió un momento similar y el año pasado cuando él y el magnate inmobiliario competían por la candidatura republicana Trump se burló de él en público por aquel episodio.
Durante el anecdótico episodio de la semana pasada, hubo otro elemento destacado: el mandatario estadounidense -que basó su campaña presidencial en un mensaje fuertemente nacionalista- estaba tomando un agua embotellada extranjera.
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Pero, no era un agua cualquiera. El botellín era marca Fiji, un agua importada desde el archipiélago del mismo nombre, ubicado en mitad del océano Pacífico a unos 12.500 kilómetros de Washington, y que en la última década se ha convertido en un producto de consumo masivo entre ricos, estrellas de la farándula y otras celebridades públicas.
En su ascenso, Fiji dejó atrás a la francesa Evián como la marca extranjera con mayor presencia en el mercado estadounidense, pero no sin crear por el camino algunas polémicas.