Era el entretenimiento perfecto durante las cenas organizadas por aristócratas a principios del siglo XIX en Europa.
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Bastaba con acercar una antorcha pequeña (o cualquier otra fuente de ignición) a un polvo blanco que se colocaba sobre la mesa.
Al instante, y como por arte de magia, se empezaba a formar lo que parecía una culebra que crecía, crecía y seguía creciendo.
Era de una textura esponjosa y frágil, blanca por fuera y negra por dentro.
Los invitados terminaban absolutamente fascinados, y el anfitrión, quedaba muy bien.
Era la consecuencia de una reacción química generada por un compuesto inorgánico llamado tiocianato de mercurio, que además de contener ese elemento de la Tabla Periódica, tiene carbono.
Su popularidad disminuyó, sin embargo, cuando los efectos nocivos del mercurio empezaron a evidenciarse.
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"El compuesto se envolvía en papel y muchas personas pensaban que era un dulce. Se lo comían y se enfermaban gravemente", le explica a la BBC el químico Tom Miller, del University College of London (UCL).
Y añade: "Una consecuencia secundaria del proceso es la liberación de vapor de mercurio y otros gases tóxicos".