El 25 de agosto de 1939, dos hombres estaban excavando el fondo de una cueva en el suroeste de Alemania. La Segunda Guerra Mundial estaba por estallar y ambos -el anatomista Robert Wetzel y el geólogo Otto Völzing- acababan de recibir sus llamados al servicio activo. Era el último día en la excavación.
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Cuando estaban a punto de empacar sus herramientas, descubrieron fragmentos diminutos de marfil de mamut que parecía haber sido tallado por humanos.
No había tiempo para examinarlos, así que recogieron sus cosas y se marcharon.
Los fragmentos quedaron guardados en el Museo de Ulm.
Durante 30 años, nadie supo qué habían encontrado Wetzel y Völzing hasta que en 1969, el arqueólogo Joachim Hahn empezó a armar el rompecabezas y poco a poco, a lo largo de años, se fueron hallando más fragmentos.
Al final, Hahn y sus colegas se dieron cuenta de que se trataba de algo extraordinario: unos 200 de esos fragmentos juntos formaban una figura de pie que medía unos 30 centímetros.
Pero lo más excitante era que la figura tenía cuerpo de humano y la cabeza de un león.