José Domingo Márquez, alias "Mingo", acostumbraba extraviarse en la selva de la Sierra de Perijá, en la frontera occidental de Venezuela con Colombia, cuando apenas tenía nueve años.
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Tenía un affaire con la aventura. Se perdía por horas entre la maleza o jugaba a orillas de los ríos de su natal Machiques, ignorando las amenazas de culebras y tigres mientras corría su infancia en el año 1928.
Antonio y María, sus padres, se veían obligados a organizar excursiones armadas para buscarle cuando caía el sol.
La irreverencia le ganó regaños. También le propinaron una que otra paliza con un mandador de doble cuero, un palo de jabillo común en esos tiempos para arrear el ganado o espantar a las gallinas.
-Mamaíta, ¡es que yo cuando sea grande me voy a ir leeeejos, muy lejos!
-¡Ay, Santísima Trinidad, Virgen del Carmen, como que me ha salido este hijo medio loco! ¡Amparámelo, Señor!
El artífice, el músculo y el escribano
La idea de viajar fuera de Venezuela hedía a utopía en el seno de familias humildes que sobrevivían a duras penas en el campo en tiempos del gobernante militar Juan Vicente Gómez.
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Aún no había carreteras de asfalto y solo trasladarse hasta la capital, Maracaibo, podía tomar hasta un mes.
La poca fe de su madre no le detuvo. "Mingo" contagió de ese espíritu explorador a José Joaquín Rojas, su primo menor y mejor amigo. A todos evangelizaban sobre el "viaje largo" que alguna vez realizarían.
La muerte de Gómez, el florecimiento de la democracia en Venezuela, su admiración de las gestas de Simón Bolívar y el activismo en partidos nacientes como Acción Democrática abonaron su sueño mientras crecían.
Pusieron acento ideológico a su plan a inicios de 1946, cuando cumplían 33 y 27 años: viajarían por tierra hasta Detroit, Estados Unidos, casa matriz de los principales fabricantes de automóviles, para exigir la culminación de la carretera Panamericana.
Renunciaron a sus trabajos en fincas y talleres de mecánica para alcanzarlo.