A finales del siglo XVIII, mientras su padre Jorge III estaba perdiendo colonias en América, él estaba perdiendo su razón y corazón por una viuda llamada María Fitzherbert.
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La había conocido en la ópera en Londres y poco después, en marzo de 1784, el enamorado príncipe de Gales declaró su deseo de casarse con ella.
Desafortunadamente para él, la ley estipulaba que hasta que cumpliera 25 años de edad no se podía casar sin el consentimiento del rey, y sólo tenía 21.
La probabilidad de que su padre le permitiera casarse con una viuda católica era tan diminuta como la de que su muy religiosa María se convirtiera en su amante sin pasar por el altar.
Desesperado, el príncipe escenificó un intento de suicidio, con la esperanza de que al verlo cubierto en sangre, María prometería casarse con él.
Bajo tal presión, ella aceptó, pero al otro día recobró su cordura y se fue de Inglaterra a Europa, donde se permaneció durante más de un año, esperando a que el amor del príncipe se desvaneciera.