No importa qué fila elijas, seguramente la de al lado irá más rápido.
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Independientemente de la veracidad o falsedad de esta afirmación, lo cierto es que esa es la percepción que solemos tener cuando nos vemos obligados a optar entre una cola y otra.
Y una vez allí, cuando miramos desde el último puesto de la fila con recelo cómo avanza precisamente aquella en la que no estamos, nos vemos enfrentados a una segunda difícil decisión: ¿nos armamos de paciencia y nos quedamos allí, esperando nuestro turno, o nos mudamos a la otra a ver si tenemos mejor suerte?
¿O mejor aún, mandamos las dos filas al diablo y nos vamos a hacer otra cosa?
Esto fue lo que se preguntó un investigador de la Escuela de Negocios de Harvard, en Estados Unidos, quien analizó en detalle cómo se comportan los consumidores frente a esta situación.
Según Ryan Buell, autor del estudio que aún no ha sido publicado, cuando una persona está última en la cola es cuatro veces más proclive a abandonarla, y dos veces más a cambiarse a otra.
Cambiar a la otra fila no reporta necesariamente ningún beneficio. Y, ser el último, tampoco afecta la velocidad a la que avanza la fila.
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Entonces, ¿por qué lo hacemos?
La aversión a ser el último
Según le explicó Buell al periódico británico The Guardian, este comportamiento es el resultado de la aversión que los seres humanos tenemos a ser los últimos.
Para llegar a esta conclusión, el experto en gestión de servicios organizó un sondeo en internet que teóricamente tomaba cinco minutos completar.