Alberto Fujimori ya no tiene más el rostro de un moribundo.
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Durante sus diez años de encierro, sentenciado por corrupción y violaciones a los derechos humanos, las imágenes que el expresidente peruano permitió que se filtren, lo retrataban sobre camas de hospital, demacrado o en una penosa seminconsciencia.
Tras su reciente indulto "por razones humanitarias", en cambio, la fotografía de su renovado documento nacional de identidad lo muestra de buen semblante, mirada atenta y luciendo una media sonrisa.
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Apenas ha pasado un mes de su liberación y la bancada fujimorista que dominaba el congreso con 71 de los 130 asientos, se fracturó oficialmente en dos facciones de apariencia irreconciliable.
Diez legisladores, incluido Kenji, el hijo menor de Alberto y quien de forma más visible luchó por su indulto, renunciaron al grupo parlamentario del partido Fuerza Popular, que lidera su hermana Keiko.