El Imperio Otomano fue uno de los más grandes de la historia.
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Con una dinastía que abarcó 600 años, en su apogeo incluyó lo que ahora es Bulgaria, Egipto, Grecia, Hungría, Jordania, Líbano, Israel, los territorios palestinos, Macedonia, Rumania, Siria, partes de Arabia y la costa norte de África.
En algunos países, se trata de un legado que prefieren olvidar, en otros es un tema acaloradamente debatido y, en un puñado, parte del orgullo nacional.
De lo que no hay duda es de que se trata de un tema fascinante. En este artículo el historiador Jem Duducu presenta cuatro hechos que quizás no son tan conocidos sobre este imperio exótico y aún relevante.
1. El fundador del imperio fue un hombre llamado Osmán
Osmán, un turco selyúcida, es el hombre considerado como el fundador del imperio (su nombre a veces se escribe Ottman u Othman, de ahí el término ‘otomano’).
Los selyúcidas habían llegado de las estepas asiáticas en el siglo XI d.C. y habían estado en Anatolia durante generaciones.
Osmán había gobernado un pequeño territorio de Anatolia a fines del siglo XIII y principios del siglo XIV. Era en gran medida un guerrero al estilo de otros grandes oficiales de caballería de la Edad Media (como Gengis Kan antes de ganar un imperio).
Fue en el día de la coronación de su sucesor, que comenzó la tradición de llevar la espada de Osmán ceñida por su cinturón. Se convirtió en el equivalente otomano de ser ungido y coronado en Occidente y fue un recordatorio para los 36 sultanes que le siguieron de que su poder y estatus provenían de este legendario guerrero y que eran gobernantes marciales.