Cuando aterricé en el aeropuerto Alfonso López Pumarejo, justo al sur de Valledupar, la capital del departamento del César, en el norte de Colombia, era la primera vez en 12 años que volvía al lugar de origen de mi padre.
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El intenso calor tropical me golpeó como un maremoto, empapándome de sudor en el momento en que salí. Tal vez me molestaba menos cuando tenía 16 años, pero desde entonces me he acostumbrado al clima fresco de Alemania.
"¡Aquí señor, aquí!".Una docena de taxistas competían por mi carrera desde el momento en que puse un pie en la acera tras la puerta de llegadas.
Desesperado por escapar de la cacofonía, busqué refugio en el taxi más cercano y, con la radio a todo volumen, comenzamos el viaje de una hora hacia el sur hasta Codazzi, la población natal de mi padre.
Con las ventanillas bajadas, el denso calor colombiano llenaba el taxi y chocaba con las enérgicas notas de vallenato, la música folclórica tradicional del norte de Colombia.