Todo empezó con una sugerencia durante una cena. Siguió con una búsqueda en Google y con la acelerada firma del testamento. Y terminó con un mojito acariciado por una templada brisa marina.
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Rosemary y William Dunkley están lejos de su casa en el sur de Inglaterra. Son jubilados y pese a su avanzada edad decidieron emprender una aventura: hacer turismo en Venezuela.
Se están bebiendo el que quizás sea el mojito más barato de sus dilatadas vidas en la terraza de un apacible bar-restaurante en el archipiélago de Los Roques, en el Caribe, al norte de la costa de Venezuela.
Es uno de esos lugares idílicos de arena blanca y aguas ultraturquesas que uno casi no se explica que esté tan vacío.
Los Dunkley son los únicos clientes de la terraza en una noche de final de febrero.
"¿Los Roques? No lo habíamos escuchado nunca", me dice Rosemary con su académico acento británico a diez metros de la orilla de un mar tranquilo que apenas mece las barcas blancas.