Durante las últimas cuatro semanas, he estado viviendo en una pesadilla "orwelliana".
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Tenía que vigilar cada una de las palabras que salían de mi boca porque "ellos" estaban siempre a la escucha. Y por "ellos" me refiero a Alexa, Siri y el asistente de Google.
Al principio, parecía una muy buena idea: probar los parlantes en mi propia casa para ver cómo cambiaban mis hábitos y mi rutina diaria.
En ocasiones, resultaron ser de bastante ayuda. Si nos estábamos quedando sin galletas, bastaba con que uno de nosotros dijera: "¡Oye, Siri! Añade galletas a la lista de la compra". Y aparecía un recordatorio en nuestros teléfonos.
Durante la tormenta Emma —que azotó Reino Unido a principios de este mes— Google me mantuvo actualizado sobre las cancelaciones de trenes. Y nuestros hijos se entretuvieron durante horas preguntándole a Alexa qué sonidos hacen los gatos.
Por suerte, ninguno de nuestros dispositivos comenzó a reírse de repente en medio de la noche. Pero tenían sus episodios de locura.
Una vez, le pregunté a Alexa: "¿Cómo está el tiempo en Yemen?", y me respondió: "Das wetter es el término alemán para el tiempo". (En inglés, Yemen suena parecido a german, que significa alemán).
Y cuando le pedí a Google "toca música en la cocina", respondió reproduciendo "Songs In The Kitchen" (música en la cocina, en español), del cantante de country Lee Brice, en un parlante de la sala de estar.