Aterrizar después de un largo viaje sintiendo algo de ardor en la garganta es una experiencia con la que los habituales de los vuelos intercontinentales están bastante familiarizados, por lo que por lo general se asume que las cabinas de los aviones propician el contagio de enfermedades.
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Y si a eso se suma el innegable rol jugado por este tipo de viajes para la rápida propagación global de virus como el de la gripe H1N1 y el SARS-CoV, es comprensible que cada vez haya más científicos interesados en comprender el vínculo entre salud y transporte aéreo.
"Con las líneas aéreas llevando más de 3.000 millones de pasajeros anuales, la transmisión de enfermedades infecciosas durante el vuelo es una preocupación de salud global importante", reconoce un equipo de investigadores que se ha estado dedicando precisamente a esa tarea como parte del proyecto de investigación Flying Healthy ("volando saludable"), auspiciado por Boeing.