Las angulas —crías de anguilas— son uno de los alimentos más caros de España, pero al verlas por primera vez quizá te preguntes por qué.
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No son, por decirlo suavemente, algo que diga a gritos: ¡cómeme! Cuando están vivas son babosas y transparentes, y se deslizan y retuercen como pequeñas serpientes. Después de cocinarlas se vuelven opacas y se asemejan a gusanos muertos flácidos, excepto por que son blancas y sus ojos son dos pequeños puntos negros.
¿Se te abrió el apetito?
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Pero muchas cosas deliciosas no lucen especialmente atractivas, lo que en verdad importa es el sabor. Y aquí es donde todo se pone raro.
No es que las angulas sepan bien o mal. En realidad no saben a casi nada, lo que es extraño tomando en cuenta que son astronómicamente caras, más de 1.000 euros por kilo (algo más de US$1.200). Más extraño es que, según la leyenda, alguna vez fueron tan poco apreciadas que eran utilizadas como alimento para pollos y cerdos.
Muchos españoles encuentran difícil entender cómo es que hay personas dispuestas a pagar tanto por las angulas. Yo también. Como escritor sobre la comida y la cultura de España, siempre lo encuentro desconcertante.
Especialmente porque según la receta tradicional (a la bilbaína), hay que freír ajos y pimientos picantes en una gran cantidad de aceite de oliva para luego añadir las angulas, una forma segura de sobreponerse a su suave sabor.
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El misterio rodea a las anguilas, sobre todo cuando se trata de su ciclo de vida, que suena como algo salido de un oscuro cuento de hadas. Viven en aguas dulces, pero pueden respirar a través de su piel y recorrer largas distancias sobre la tierra. Comen casi lo que sea, vivo o muerto.
Luego, a los 10 años, más o menos, nadan con la corriente en ríos de Europa rumbo al Océano Atlántico y, de algún modo (aún desconocido para la ciencia), encuentran su camino hacia el Mar de los Sargazos, a unos 5.000 kilómetros de distancia.
A profundidades de más de 500 metros —gran hazaña para una criatura que vive la mayor parte de su vida en aguas dulces poco profundas— desovan para luego morir, y sus crías flotan a la deriva sobre la Corriente del Golfo rumbo a Europa, un viaje que toma por lo menos dos años.