El 5 de enero de 1940, el presidente de México Lázaro Cárdenas hizo algo verdaderamente revolucionario: promulgó el nuevo Reglamento Federal de Toxicomanías.
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La legislación eliminó los viejos edictos punitivos sobre los delitos de drogas, autorizó a los médicos a recetar narcóticos a los adictos, estableció clínicas ambulatorias para ayudarlos y formuló peticiones más amplias para tratarlos como enfermos y no como criminales.
Menos de un mes después de la firma, el reglamento entró en vigor.
La venta y la compra de pequeñas cantidades de drogas, incluida la marihuana, la cocaína y la heroína, fueron efectivamente despenalizadas.
Los delincuentes a pequeña escala fueron liberados de la cárcel y de las clínicas de adicción a las drogas de la ciudad.
Los agentes de policía redujeron drásticamente los arrestos por delitos de drogas y se establecieron media docena de dispensarios en Ciudad de México.
Algunos periodistas mexicanos conservadores pensaron que con la medida se corría el riesgo de provocar una ola de delincuencia en el país. Pero la mayoría la consideró un gran éxito.
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A mediados de marzo de 1940, al menos 1.000 adictos asistían a los dispensarios diariamente a comprar pequeñas dosis controladas de cocaína y morfina bajo supervisión médica y a valor de mercado.
Los médicos y periodistas se pronunciaron a favor del cambio.
"Atraer (al adicto) —en lugar de perseguirlo—, registrarlo y someterlo a tratamiento médico y psicológico (…) constituirá un medio fundamental para combatir la adicción".