Como un niño que creció en la pobreza en la zona rural de las Tierras Orientales de Zimbabue, Moses Marandu estaba acostumbrado a, literalmente, frotarse sal en las heridas cuando se caía y se cortaba.
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En días de suerte, su padre tenía el dinero suficiente para comprar algo que al niño le picara menos que la sal: azúcar.
Murandu siempre notó que el azúcar parecía ayudar a sanar las heridas más rápido que no usando ningún tratamiento.
Por lo que, tras ser reclutado para trabajar como enfermero en el sistema de salud británico (NHS, por su sigla en inglés), en 1997, quedó sorprendido cuando descubrió que el azúcar no se utilizaba en ninguna instalación oficial. Decidió tratar de cambiar esto.
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Su idea finalmente está siendo tomada en serio. Como conferenciante sobre el cuidado de adultos en la Universidad de Wolverhampton, Murandu concluyó un estudio piloto inicial enfocado en los usos del azúcar para la curación de heridas, y en marzo de 2018 ganó un premio de la Revista del Cuidado de las Heridas (Journal of Wound Care) por su trabajo.
En algunas partes del mundo, este procedimiento podría ser clave para la gente que no puede pagar antibióticos. Pero también hay interés en l Reino Unido, dado que una vez que una herida se infecta, algunas veces no responde a los antibióticos.
Batalla cuesta arriba
Para tratar una herida de esta forma, todo lo que hay que hacer, dice Marandu, es poner azúcar en ella y aplicar una venda por encima. Los gránulos absorben la humedad que permite el desarrollo de bacterias. Sin las bacterias, la herida sana más rápido.