En 1543, un anciano yacía moribundo en una casa en una colina, mirando hacia el desolado mar Báltico. Tenía en sus manos un libro que él mismo había escrito. Recién salido de la imprenta, lo acababa de recibir. Pero había sufrido un derrame cerebral y probablemente ya no podía leerlo.
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Sus palabras hablaban de revoluciones y una Revolución era lo que iban a desatar.
El título original del libro había sido simplemente "De revolutionibus" ("Las revoluciones"). Pero el impresor alemán le había agregado dos palabras más de aclaración: "orbium coelestium" y así quedó "Las revoluciones de las esferas celestes".
El anciano tenía apenas 70 años, pero para los estándares del siglo XVI era bastante venerable. Era Nicolás Copérnico, un canónigo de la catedral de Frombork, que era -según sus propias palabras- "el rincón más remoto de la Tierra", ubicado en lo que hoy es la costa polaca.
Su interés de toda la vida había sido deducir cómo estaban dispuestos los cielos, el Sol, los planetas y las estrellas.