Aura lleva cuatro meses de viaje con su hijo Anthony, de 2 años y medio.
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Esta joven de 25 años empezó el trayecto por su cuenta, convencida de que si se quedaba en su país, Guatemala, el papá de su hijo acabaría con la vida de los dos.
Su sueño: llegar a Estados Unidos, reencontrarse con su mamá, que vive en Arizona, y tener una vida tranquila.
Pero el camino no está siendo fácil.
En México supo de la caravana de refugiados y decidió unirse a ellos para sentirse más arropada.
Conozco a Aura en Tijuana, donde algunos de los integrantes de la caravana han decidido cruzar la frontera y pedir asilo en Estados Unidos.
Tiene el miedo dibujado en la mirada y no sabe si se atreverá a dar el paso para intentar llegar al otro lado.
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Una caravana menguante
Aura es una más de los centenares de migrantes que llegaron a Tijuana hace unos días como parte de la caravana de refugiados que partió el pasado marzo de Tapachula, en el sur de México, con el objetivo de llegar a Estados Unidos.
Los que están aquí forman un grupo pequeño en comparación con las 2.000 personas de distintos países centroamericanos (desde Honduras a El Salvador o Guatemala) que formaron inicialmente la caravana para escapar de la violencia en sus países.