Cuando una estudiante investigaba los archivos de un museo de Londres, leyó las memorias no publicadas de una sufragista y se empezó a preguntar si la historia del movimiento había sido satanizada.
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Las sufragistas consiguieron que las británicas tuvieran el derecho a votar, pero algunas de ellas, según la estudiante, cometieron "actos terroristas".
Fern Riddel reconoció la bomba inmediatamente.
En la mañana del 15 de septiembre de 2017, una explosión en la hora pico en la estación de metro Parsons Green, en el occidente de Londres, había dejado docenas de heridos.
Se trataba del quinto acto de terror en la capital británica en menos de un año y Ridell estaba ansiosa por tener más información.
Buscó en las redes sociales por la información más reciente sobre lo sucedido y encontró la imagen de un balde blanco de plástico en llamas.
La bomba que había detonado en el vagón del tren, que se encontraba lleno, había sido envuelta en una bolsa plástica de un supermercado y la habían escondido dentro del balde.
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Para Riddell, la imagen tenía una resonancia poderosa.
"Eso", pensó, "es una bomba sufragista. De fabricación casera y con materiales que se pueden comprar en la farmacia y en la ferretería. Es el tipo de bombas que las mujeres usaban para aterrorizar al país y llamar la atención".
La trampa
El interés de Riddell por las sufragistas había comenzado cinco años antes, cuando estaba estudiando su doctorado en historia, aunque su primer instinto no tenía nada que ver con ellas.