En medio del desierto, a escasos 45 kilómetros al este de El Cairo, la nueva capital de Egipto comienza a levantarse.
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Es un proyecto ambicioso, caro y controversial.
Esta ciudad de nuevo cuño y aún sin nombre -oficialmente se refieren a ella simplemente como "nueva capital administrativa"- se presentó en marzo de 2015 como uno de los planes estrella del gobierno del general Abdel Fattah al Sisi, quien prevé trasladar el gobierno a sus nuevas sedes en junio 2019.
Tres años después, las obras están en marcha. Hoteles, residencias y centros de convenciones empiezan a poblar los terrenos baldíos.
Y, si el proyecto llega a concluirse, les seguirán lagos artificiales, un parque con un tamaño del doble de Central Park, instituciones educativas, hospitales, cientos de mezquitas y la mayor iglesia del país, 40.000 habitaciones de hotel, un parque temático y un aeropuerto.
A estas infraestructuras se sumarán los servicios necesarios para el gobierno: palacios presidenciales, embajadas, una sede para el parlamento y 18 ministerios.
Más de 200 kilómetros de carreteras se espera que conecten la ciudad nueva con El Cairo y el resto del país: una capital completa con capacidad para cerca de cinco millones de habitantes.
El proyecto abarca un área de unos 700 kilómetros cuadrados -algo menos de la extensión de la ciudad de Nueva York- y se ubica más allá de la segunda carretera perimetral de El Cairo, a mitad camino entre la urbe y el puerto de Suez, uno de los núcleos comerciales y económicos más importantes del país.