Jessica Pérez dice que la última vez que bajó la lava fue hace tres días, justo cuando se mudó a El Viejo Palmar, un caserío perdido en las faldas del volcán Santiaguito, en Guatemala.
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"Siempre hace un estruendo muy fuerte, como una explosión, cae una nube grande de cenizas y después se siente el ruido cuando está viniendo por el río", cuenta, mientras sostiene a su niño de dos meses entre los brazos.
Está parada en la puerta de la choza de tablas y planchas de zinc que recién construyó su marido para la familia.
Al lado, juegan sus otros dos hijos. El mayor tiene cinco años, la del medio, uno. Jessica tiene 23.
En el fondo de su nueva casa, hay un huerto de repollos, cebollas y café. A la entrada, una vaca flaca y sin cuernos está acostada sobre unas ruinas que todavía quedan del caserío antiguo que fue destruido por la lava.