En un evento de la reciente campaña electoral la entonces candidata a la jefatura de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, hizo una peculiar solicitud:
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Pidió a los empleados públicos que evitaran el “Año de Hidalgo”. Y dijo: “Que no nos dejen las oficinas vacías”.
La candidata se refería a una vieja costumbre en la vida política de México.
En el último año de los gobiernos muchos funcionarios que concluyen su cargo cometen excesos en las finanzas públicas:
Se entregan contratos de forma irregular, hay contrataciones en plazas definitivas para amigos o personas recomendadas y se autorizan incremento de salarios.
Con frecuencia –sobre todo en gobiernos locales- “desaparecen” escritorios, computadoras, automóviles o se vacían cuentas bancarias.
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Sheinbaum sabe de esto. Hace tres años cuando asumió el gobierno de la delegación (municipio) Tlalpan en el sur de la capital mexicana, encontró que sus antecesores se habían llevado hasta los utensilios de los baños.
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A esta costumbre se le conoce como “El Año de Hidalgo”, que se completa con la frase “chingue a su madre el que deje algo” explica el analista Alfonso Zárate, presidente de la empresa de asesoría política Grupo Consultor Interdisciplinario.
“Significa aprovéchate y no dejes nada. Pero hay otro nombre: el Año de Carranza, por si el de Hidalgo no alcanza”, explica a BBC Mundo.
“Se refieren al último año de gobierno donde antes de irse los funcionarios se despachan con la cuchara grande”.