Jueves por la mañana. Un camión revolvedor se detiene y casi de inmediato aparecen dos autobuses sin pasajeros.
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De la tolva que se usa para mover el concreto el conductor saca una manguera y llena con diésel una docena de botes grandes de plástico. No es cemento lo que transporta sino combustible robado.
Los choferes de los autobuses suben rápidamente los recipientes a las unidades, pagan al proveedor y se marchan. El camión revolvedor sigue por otro camino.
La operación, que duró unos minutos, no fue en un lugar escondido o una carretera apartada. Ocurrió en la calle de un barrio de clase media en el centro de Ciudad de México.
Hasta hace unos años estas escenas eran frecuentes en estados del sureste del país. Pero ahora el robo y venta clandestina de combustible es cada vez más frecuente en la capital mexicana.
De acuerdo con el jefe de Gobierno, José Ramón Amieva, en lo que va de este año de los ductos que atraviesan la ciudad se han robado más de 358.000 barriles de combustible.
La extracción se realiza desde tomas clandestinas, en patios, casas y hasta cementerios. El año pasado se detectaron 91 y hasta julio de 2018 suman 81.
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El dato es un termómetro para medir la dimensión del delito en el país, le dice a BBC Mundo Rubén Salazar, director de la consultora en seguridad Etellekt.
“Que tengas este crecimiento en la ciudad con el sistema de video vigilancia y el estado de fuerza policial más grandes del país, te habla de un problema cada vez mayor”, advierte.