Hace cuatro años intenté suicidarme.
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Hice mis planes y no le conté a mis amigos ni a mi familia lo que pensaba hacer.
A todos les envié un mensaje antes, preguntándoles como iba su día y diciéndoles que esperaba que estuvieran bien en las próximas semanas.
Algunos respondieron. Todavía recuerdo sus mensajes, aunque para ellos era una charla normal y corriente. No creo que supieran que al otro lado de la charla yo me sentía en una agonía total.
Mientras caminaba hacia el acantilado donde pensaba que terminaría mi vida saqué rápidamente una foto de la vista y la publiqué en mi página de Facebook, sin ningún comentario.
Ahora, mirando atrás, supongo que eso fue un grito final de ayuda. Parte de mí esperaba que alguien se diera cuenta de dónde estaba y por qué y viniera a rescatarme.
Pero eso no ocurrió.
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Lo que la gente comentó fue que era una vista bonita.
Cuando estaba a punto de saltar, en el último minuto, llegó un guardacostas y me convenció para que no lo hiciera.
Su trabajo es, precisamente, caminar por esa zona y evitar que la gente haga, bueno, lo que yo pensaba hacer.
Ahora que pienso en todo lo que ha pasado desde entonces, me siento súper agradecido hacia ese hombre por haberme detenido.
20 años arrastrando un trauma
Tengo 32 años pero empecé a experimentar problemas de salud mental a los 12, en la época en que mi padre murió.
Falleció de repente de una trombosis. Sucedió inesperadamente, como si le cayera un rayo a nuestra familia. Se encontró mal un viernes y murió el domingo.