El estacionamiento del templo parece estar incendiándose, pero no hay problema porque los chamanes lo tienen todo bajo control.
PUBLICIDAD
De hecho, ellos encendieron los fuegos, para los peregrinos que participan en una ceremonia con la que tratan de desprenderse de energía negativa, un curioso ritual que también incluye beber ron y fumar.
Estoy visitando el templo de San Simón en San Andrés Itzapa, un pequeño pueblo en las montañas de Guatemala y un lugar de peregrinaje para muchos indígenas mayas, quienes llegan desde muy lejos para rezar ante el altar de San Simón, una divinidad ambigua también conocida como Maximón.
Y debajo del velo de espiritualismo del templo, puedo detectar una atmósfera vagamente sórdida y siniestra. Entre las familias de viejos devotos, hay grupos de jóvenes hombres y mujeres de apariencia dura, del tipo que habitualmente interesa a la policía.
"Aquí llegan muchas prostitutas y traficantes de droga", me susurra mi guía, Karen Ayala, para inmediatamente agregar que la mayor parte de los peregrinos son, sin embargo, gente buena y honesta.
Algunos de los fieles, me fijo enseguida, beben cerveza comprada directamente en la cantina local, que vende abundante ron y tabaco.