Cuando comenzó a sentir dolor, Tara Langdale-Schmidt no le dio mucha importancia. Era un malestar que iba y venía tras usar el baño o tener relaciones sexuales con su esposo.
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En los últimos años se había sometido a una serie de tratamientos quirúrgicos por una endometriosis -un trastorno por el cual el tejido que normalmente recubre el útero crece fuera de él-, así que asumió que acabaría pasando.
Pero, en lugar de eso, el dolor se volvió absolutamente insoportable en cuestión de semanas.
"Después de un tiempo, sentí como si alguien me estuviera cortando por la mitad y a la vez quemándome la vagina con un cigarrillo", cuenta Langdale-Schmidt.
"Había ocasiones en las que trataba de tener sexo con mis esposo y lo único que podía hacer era intentar no llorar para no arruinar el momento. Era una agonía", recuerda.
Fue entonces cuando se decidió a ir al médico. Fue a varios y algunos se mostraron desconcertados. Pero la mayoría la despachó como si realmente no se tratase de un problema.