En junio de 1991, el inmunólogo Ian Frazer regresó a su casa muy emocionado.
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"Le dije a mi esposa que habíamos descubierto algo en el laboratorio que, un día, podría ser muy útil", le contó el médico a la BBC.
Y tenía razón. El hallazgo sería el inicio de un proceso que cambió el manejo de uno de los tipos de cáncer más letales para las mujeres.
Frazer era profesor de la Universidad de Queensland, en Australia, y se dedicaba al estudio del virus de papiloma humano (VPH), que causa el cáncer cervical.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), es el virus de transmisión sexual más común.
"Aproximadamente 8 de cada 10 personas contraerán el virus en algún momento de sus vidas", de acuerdo a la ONG británica Cancer Research, dedicada a la investigación de la enfermedad.
Sin embargo, pese a la alta prevalencia del virus, el organismo de la mayoría de las personas lo combate y muchos ni siquiera se enteran de que se contagiaron. Pero para quienes no lo logran, puede ser fatal.
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El principio
En 1989, Frazer se encontraba de año sabático en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, y allí conoció al científico chino Jian Zhou, quien también estaba interesado en la investigación del VPH.
Lo invitó entonces a trabajar en su laboratorio en la Universidad de Queensland. ¿Su objetivo? Tratar de encontrar una vacuna para el virus.
Pero se tropezaron con un problema fundamental.
A diferencia de la mayoría de los virus, el VPH no se puede replicar en un laboratorio. Y este proceso es fundamental para desarrollar una vacuna.
Así que decidieron sortear el obstáculo de una manera muy particular: utilizar técnicas de ingeniería genética para tratar de copiar el virus.
"Identificamos el código genético de la parte externa del virus y eso fue lo que tratamos de recrear a través de un cultivo celular", le explica Frazer a la BBC.