Hannah Jenkins habla inglés por la mañana y alemán por la tarde. No es una rutina que decidió adoptar, sino algo que necesita su cerebro. Y todo empezó con un accidente de bicicleta.
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Su pareja Andrew Wilde iba a medio camino de subir una montaña en el estado de Montana, en Estados Unidos, cuando recibió un chocante texto de Hannah.
Solo entendió dos palabas, "perro" y "hospital", pero supo instintivamente que algo no iba bien.
El mensaje estaba escrito en alemán, un idioma con el que Hannah había crecido, pero que Andrew no entendía. Siempre se habían comunicado en inglés.
Hannah se había quedado en casa en Reino Unido, a cargo de la empresa de entrenamiento de perros que había montado, mientras que Andrew había viajado a Estados Unidos para prepararse para un concurso internacional de tiro.