Gracias a los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos, vivir en el siglo XIX implicó asimilar cambios tan fascinantes como aturdidores.
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El planeta se había revelado como inimaginablemente viejo, flotando en un Universo extraordinariamente vasto y los signos de la divinidad se habían hecho gradualmente borrosos.
Las máquinas de la Revolución Industrial hacían sentir a la humanidad todopoderosa y prescindible al mismo tiempo.
Fue una época de grandes esperanzas y profundos temores, y hubo una máquina que encarnó ambos.
Una máquina que nunca existió, excepto en las mentes de sus creadores, pero que inspiró la creación de lo necesario para cumplir su cometido, en nuestras mentes.
Una obra de un genio en ciernes en el comienzo de su carrera, y de un joven y brillante ingeniero.