"Cruzar el Q’eswachaka es como colgarse de una soga. Es como estar suspendido en el aire contigo mismo. Eres tú, nada más que tú, al aire. La sensación es única. Uno se bambolea sobre el río".
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Así describe la ingeniera civil y gestora de patrimonio cultural Carmen Arróspide qué se siente al atravesar esta maravilla arquitectónica de cerca de 30 metros de largo y más de 5 siglos de antigüedad.
La cusqueña lleva 12 años estudiando el puente colgante milenario, situado en los Andes meridionales de Perú que según la Unesco "es un ejemplo de la continuidad de una tradición cultural existente desde tiempos prehispánicos".
A más de 3.700 metros de altitud, sobre un desfiladero del río Apurímac, en la región de Cusco, este puente de soga completamente tejido a mano se ha mantenido en pie durante al menos 600 años gracias a una tradición inca transmitida de generación en generación.