En 2011 el fotógrafo estadounidense Adam Voorhes fue contratado por la revista Scientific American para tomar una serie de fotos de un cerebro en el Centro de Recursos Animales de la Universidad de Texas, en Austin.
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El encargo desembocó en un descubrimiento extraordinario. El neurocientífico que le mostró el cerebro que debía fotografiar lo llevó hasta un pequeño cuarto utilizado para guardar productos de limpieza, y ahí, contra una pared, le reveló su tesoro escondido: una colección de casi 100 frascos antiguos repletos de cerebros.
Fascinado con esa imagen y lleno de curiosidad sobre el origen de esos cerebros, que se veían tan raros, Voorhes reclutó a su amigo, el periodista Alex Hannaford, para realizar una investigación sobre el origen de esa inusual colección.
Fue así que ambos descubrieron que esos frascos, ahora olvidados e ignorados, alguna vez fueron el gran premio que se disputaron las mejores universidades del país.
Ocurrió en 1987 y el diario Houston Chronicle lo llamó "la batalla de los cerebros".