Cientos de miles de manifestantes han salido a las calles de todo el mundo en los últimos meses para alzar la voz contra asuntos tan diversos como los cortes de luz en Venezuela, la corrupción en Irak, la elección de Jair Bolsonaro en Brasil o el paso de Donald Trump por Europa.
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"Es importante protestar porque nos da esperanzas", afirma Ellen Rowland, una de las decenas de miles de personas que se concentraron en Londres a mediados de julio para mostrar su rechazo al presidente estadounidense. "Había tanto optimismo que me hizo creer que era posible cambiar las cosas".
Con sus carteles y consignas pegadizas, los manifestantes anti Trump lograron saltar a portadas de periódicos. Pero más allá del eco conseguido en las redes sociales, ¿tienen realmente algún tipo de impacto estas marchas autorizadas que se realizan en países democráticos?
¿Hay diferencias fundamentales entre una manifestación en Occidente en la que la gente protesta contra un mandatario de Estados Unidos que no le gusta y aquellas explosiones de furia que se están viendo en América Latina y Medio Oriente motivadas por cuestiones más básicas, a veces vitales?