Lo que queda es una agobiante sensación de humillación, vergüenza y desconsuelo.
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También de rabia y de dolor al ver cómo desapareció ante nuestros ojos la posibilidad de ver una de las mayores fiestas que cualquier aficionado al fútbol podía esperar.
No pudo ser.
Hasta el sublime espectáculo que se vivió en el estadio La Bombonera en el partido de ida de la final de la Copa Libertadores entre Boca Juniors y River Plate, que terminó en empate a dos goles, parece ahora un recuerdo borroso.
Ese fue el clímax de una novela que desembocó en una continuidad absurda y que todavía está a la espera de su desenlace final.