¿Cuál de estos dos científicos es el más idóneo para explicar la economía: el naturalista británico Charles Darwin, padre de la teoría de la selección natural, o el economista y filósofo escocés Adam Smith, cuya obra "La riqueza de las naciones" (1776) está considerada como una obra maestra que ha definido la economía clásica?
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La pregunta parece en principio jalada de los pelos y de muy fácil respuesta: la especialidad de Darwin es claramente la biología, mientras que el foco de estudio de Smith son las leyes que rigen la economía.
Sin embargo, para Robert H. Frank, profesor de economía de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, y autor de "The Darwin Economy: Liberty, Competition and the Common Good" (La economía de Darwin: libertad, competencia y el bien común), la manera en que Darwin entiende la competencia permite hacer una descripción de la realidad económica mucho más precisa que la que ofrece Smith.
Si bien Smith estaba en lo cierto al notar los beneficios de la competencia, señala Frank, Darwin fue un paso más allá al mostrar que, a veces, la competencia puede generar beneficios para el individuo pero a expensas del grupo.
Individuo versus grupo
La teoría de la "mano invisible" propuesta por Smith dice que, cuando la gente se comporta guiada por su propio interés, se obtienen resultados beneficiosos para la toda la sociedad.
Esta metáfora describe la forma en la que el libre mercado se regula a sí mismo sin intervenciones externas.
Pero Darwin, argumenta Frank, vio con muchísima más claridad la relación general entre la búsqueda del beneficio propio y el bienestar grupal.
Para ilustrar la visión de Darwin, Frank utiliza como ejemplo el tamaño desproporcionado de las astas de los ciervos