Corría enero del año 2007, Harold Mayne-Nicholls recién se instalaba en el sillón que había abandonado Reinaldo Sánchez en la Anfp y el fútbol chileno iniciaba una nueva etapa. Durante la campaña previa a la elección, el funcionario Fifa expuso reiteradamente su intención de crear una Unidad Técnica resolutiva, con un director técnico nacional que dirigiera, gerenciara y estructurara todas las selecciones nacionales, independiente del éxito o fracaso del entrenador de turno de la Roja adulta.
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Para sacar adelante su anhelo, Mayne-Nicholls llamó a concurso, invitando a todos los entrenadores del medio local a presentar un proyecto con un plan de trabajo que elaborara las políticas generales de nuestro fútbol. ¿Qué pasó? Obviamente nada, las lumbreras del Colegio de Técnicos boicotearon la “licitación”, negándose a competir entre ellos en la elaboración de un plan general. En resumen, los entrenadores criollos asumieron su tradicional postura gremial timorata y enemiga de la competencia, escudándose en la “unidad sindical” y obligando al nuevo capo de la Anfp a confirmar a Nelson Acosta en su cargo (sí, hoy hay varios que han olvidado que antes de Bielsa, Mayne-Nicholls apostó por Acosta).
Uso este largo preámbulo para meternos en lo que pasó esta semana en Juan Pinto Durán con la masiva renuncia de los entrenadores de las selecciones menores. Tras el justificado y pertinente despido de Claudio Borghi, el lunes presentaron su dimisión Roberto Hernández (jefe del cuerpo técnico de las selecciones menores), Miguel Ramírez (DT de la Sub 17), José Calderón (Sub 15) y Fernando Carvallo, quien tras casi dos años de trabajo a cargo del combinado Sub 20 decidió dejar botado al equipo a sólo cincuenta días del Sudamericano de la categoría, el que se jugará en enero próximo en Argentina y entregará cupos para el Mundial de Turquía 2013.
Carvallo, al igual que los otros renunciados, justificaron internamente su determinación en la lealtad que le deben a Borghi, quien los llevó a trabajar al complejo de Avenida Las Torres. Así Hernández y Carvallo, especialmente, dos entrenadores que durante su larga trayectoria han defendido a ultranza “los procesos y el respeto por los jugadores”, decidieron abandonar a un grupo de futbolistas que lleva mucho tiempo preparándose (gira a Europa, torneo en Brasil y cuadrangular en La Serena incluidos) para el Sudamericano de enero.
La “lealtad con Borghi” es lo que movió al ex entrenador de Universidad Católica. ¿Y la lealtad y respeto hacia sus jugadores y el fútbol chileno dónde queda? Parece que esa no es tan importante como hacer causa común con el jefe y colega despedido en el camarín de un estadio suizo. Muchos arguyen que “esa falta de respeto” hacia el Bichi detonó la determinación de Carvallo y compañía. ¿Y por qué? ¿Acaso se sorprendieron por el accionar de la Anfp? Que yo sepa Sergio Jadue era igual de malo o bueno, decente o indecente y correcto o impresentable dirigente antes de lo ocurrido tras la derrota frente a Serbia. Cuesta entender que sólo después del despido de Borghi, Hernández, Ramírez, Calderón y Carvallo se percataran que sus valores no iban de la mano de los de la Anfp. Estuvieron dos años recibiendo el sueldo de los mismos dirigentes con los que hoy se les hace imposible trabajar, ni siquiera por la responsabilidad de tener, a menos de dos meses, un torneo importantísimo que disputar.
Fernando Carvallo optó por hacer lo mismo que el Colegio de Técnicos en enero del 2007: privilegiar la causa gremial antes que la competencia. El ex DT Sub 20 prefirió dar un paso al costado, en vez de asumir la responsabilidad de dirigir a un grupo de jugadores que depositó su confianza en un técnico que durante dos años les pidió respeto, dedicación y trabajo en pos del gran objetivo: el Sudamericano de Argentina. Hoy ese grupo de jugadores está a la deriva y la Anfp tendrá que encontrar rápidamente a un entrenador que se atreva a asumir el desafío y terminar la pega que Carvallo dejó botada. ¿Qué al técnico no le quedaba otro camino? Claro que sí, uno lógico: terminar el proceso, competir en el Sudamericano y, una vez finalizado el torneo, renunciar por lealtad a Borghi, pero habiendo mantenido la lealtad hacia su plantel de jugadores también.
Da pena decirlo, pero la crisis de los entrenadores chilenos parece un pozo sin fondo. Basta con ver las nacionalidades de los técnicos de los equipos grandes o de los candidatos a reemplazar a Borghi: todos extranjeros.
Otro dato: cinco de los ocho equipos clasificados a playoffs son dirigidos por extranjeros. ¿Y los chilenos? Poco, muy poco. En su mayoría parecen más preocupados de los códigos (aunque pregúntenle a Ivo Basay por cómo dejó botado a O’Higgins para fracasar en Colo Colo) y de seguir afirmando que Bielsa no dejó nada (el “exitoso” Fantasma Figueroa es la bandera de esa tesis). Afortunadamente, los Pellicer, Vergara, Astorga o Marcoleta sirven de excepción a la regla, aunque la mayoría parece incapaz de escapar a esa clasificación de “leales y miedosos”.