Un domingo de fútbol

Huachipato levantó la Copa del Clausura en una definición inolvidable / Crédito: Agencia UNO.

Manejé los 500 kilómetros de ida y los 500 de vuelta desde Santiago a Talcahuano. Llegué a las dos y media de la mañana del lunes a mi casa. Estaba muerto de cansancio pero no me pude quedar dormido de inmediato. Me apoyé en Persona non grata de Jorge Edwards (¿En qué momento este gran escritor se volvió una vieja buena para los cócteles), pero el sueño resultaba esquivo; todavía vibraba en mi cabeza la final en el estadio Cap. Repasaba cada uno de sus detalles, sus pliegues, los pequeños filamentos que le dieron el título a Huachipato y dejaron a Unión Española con “la ñata contra el vidrio” como lo definió José Santos Discépolo.

La pregunta antes del partido para el cuadro del acero era ¿Cómo? Si Pellicer insistía en lo obrado en Santa Laura no le iba a alcanzar. Ese esquema servía para contener, para neutralizar el toque de Unión Española y hacer daño con algún contragolpe, pero debía remontar un 2-0. Conversamos con José Luis Sánchez, Enzo Escobar y Mario “Maestrito” Salinas, la receta fue parecida en los tres: Huachipato debía salir a apretar arriba, sus laterales tenían que descolgarse y la recuperación de pelota necesitaba rapidez y agresividad. El técnico agregó un toque: puso a Daniel González en vez de Gabriel Sandoval y armó un rombo en el medio campo. El Chuky venía de un año malo pero Jorge Pellicer apostó a que su pegada y sus ganas podían ser factores decisivos.

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Unión Española también jugaba. Por lesión salió Gonzalo Villagra y su lugar lo ocupó un Braulio Leal desmotivado por su partida a O’Higgins . El resto fue el equipo habitual de los hispanos en la post temporada, ese que nunca se desespera, que toca, toca y toca.

En los minutos iniciales Huachipato metió pressing y vértigo y Bryan Rodríguez estrelló un cabezazo en el travesaño. Se vio mal Unión por un rato. Pero los rojos salieron del embotellamiento paulatinamente en la medida que Emiliano Vecchio comenzó a tener contacto con el balón. Fue así como se generaron tres ocasiones de gol (Nery Velozo respondió de manera magnífica) y la apertura de la cuenta donde los “ojos en la nuca” de Vecchio volvieron a marcar diferencia: el argentino recibió con libertad en el círculo central, ubicó a todos los compañeros con un solo golpe de vista y terminó cediendo para Dagoberto Currimilla quien batió la escuadra local con un remate rasante y cruzado. La sensación fue que Velozo pensó que iba desviada y no respondió como lo venía haciendo.

El 1-0 significaba un global de 4-1. Asunto concluido con media hora de juego ya quemada. Y fue aquí donde el fútbol nos internó en su follaje inasible y transformó esta final en una jornada inolvidable. Huachipato no bajó los brazos y siguió pujando, pero se repetía en la búsqueda de Rodríguez, los laterales no culminaba bien la jugadas, Manuel Villalobos no se encontraba con el balón y el corajudo Lorenzo Reyes no daba abasto para quitar y armar a la vez. Entonces el Chuky González… Primero una falta innecesaria de Currimilla que hizo estallar a José Luis Sierra en la banca (eso no se vio en televisión). Luego el servicio del volante al palo de Eduardo Lobos que se incrusta en la red. Pesado Lobos, sin capacidad de rechazar desde punto muerto… El golpe sicológico fue tremendo. Daniel González, vivo como son todos los hábiles, había encontrado el talón de Aquiles, minutos más tarde le metió una emboquillada a Lobos y anotó el segundo. Nuevamente se vio pesado y sin explosión al golero hispano. Los detalles en el fútbol cuentan. El Chuky estaba inspirado, Lobos en una mala tarde.

Con el 2-1 el partido se volvió un escenario ansioso, como si los 22 hombres en la cancha fueran un solo músculo tenso, nervioso. Pellicer mandó a Sandoval por el Nico Núñez y ordenó las líneas del medio terreno. Sierra se desesperó porque sus hombres retrocedían automáticamente y perdían el balón rápido. La tensión se respiraba por todos lados pese a que casi no había acciones de riesgo en los pórticos. El técnico de usina mandó a Miguel Aceval para aprovechar su zurda potente y buscar algún balazo salvador. El Coto se jugó con Pato Rubio por un deslavado Emilio Hernández. Sobre el terreno el partido jugaba para Unión, Vecchio en un par de contragolpes obligó a Velozo a jugarse en pellejo. Huachipato, muy cansado, se repetía en el centro a Bryan Rodríguez bien custodiado por Rafael Olarra  y Jorge Ampuero. No tenía por donde el local, ya había dado todo, jugaba con el vuelto… Hasta que Omar Merlo peinó un centro llovido y dejó solo a Villalobos que entraba en diagonal. Y el delantero de la voz ronca se encontró con la única pelota con ventaja de toda la tarde. A cobrar. 3-1 a los 88 minutos. Venían los penales.

La serie no necesita descripciones y sólo fue la reafirmación de que en este tipo de circunstancias la buena cabeza es más importante que la buena pegada. Fallaron hombres que saben darle bien: Manuel Villalobos, Sebastián Jaime (mal pisado), Daniel González (mal pisado), Mauro Díaz, Miguel Aceval (quiso perforar a Lobos), Eduardo Lobos (ansioso), Braulio Leal (se lo comieron los nervios)… Y el héroe de la jornada fue Omar Merlo, un rudo, un luchador, pero que tuvo las ideas claras para soportar la presión y definir el título con un remate bajo.

¿Cuántas veces habrá repasado esta final José Luis Sierra en su cabeza? ¿Cuántas veces habrá pateado su penal Omar Merlo durante la noche de celebración? Un domingo de fútbol, no cualquiera, un domingo inolvidable…

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