Larita

Cuando falleció la semana pasada no pocos hinchas quedaron sorprendidos al saber que había integrado el Colo Colo subcampeón de América de 1973.

 

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Alfonso Lara falleció la semana pasada a los 67 años / Archivo

Hay jugadores que son amados por la hinchada, salen en las portadas de los diarios, los niños cuelgan sus pósters en las paredes y las mujeres suspiran por sus hazañas. Otros que son queridos y respetados por entrenadores y compañeros, puertas adentro del camarín. De esa pasta era Alfonso Lara. Cuando falleció la semana pasada a los 67 años no pocos hinchas quedaron sorprendidos al saber que había integrado el Colo Colo subcampeón de América de 1973 y la selección que disputó el Mundial de Alemania del año siguiente. Es lógico, el “Huaso” Lara nunca figuraba en un equipo titular, pero siempre estaba ahí para apagar incendios y hacer la labor oscura del lateral eficiente, el aguerrido stopper, el volante de marca aplicado que no le tiene miedo a meter la suela, y sin embargo nadie puede afirmar que sea un jugador sucio. Él jugaba donde lo ponían y respondía según sus posibilidades.

Larita tiene su nombre dorado en el anaquel de los peones. Dentro y fuera de la cancha. Hay quienes señalan que su humildad llegaba a ser exasperante. Sabía que lo suyo no era el estrellato, para eso estaban Carlos Caszely, Francisco Valdés, Carlos Reinoso, Elías Figueroa, José Luis Ceballos o Jorge Américo Spedaletti, con quienes compartió camarín tanto en Colo Colo como en la selección chilena o Everton. En el cuadro albo no le discutía la titularidad como lateral derecho a la exquisitez de Mario Galindo, ni a Leonel Herrera su puesto de defensa central ni pensaba en pelearle el número seis a Guillermo Páez. Sabía que, en cada puesto específico, era menos que cada uno de ellos. Pero cuando la emergencia lo dictara, iba y cubría la posición que fuera, sin desentonar, sin deslumbrar. Ahí, calladito, llegando al cierre, sin arriesgar la pelota, sin inventar túneles para la galería, sin complicar al equipo. No es porque no supiera o no pudiera, sino porque su sentido de la responsabilidad y su brutal conciencia de ser un jugador de equipo, le impedía “darse gustos” en la cancha.

Por esa misma razón los técnicos lo adoraban. Luis Álamos citó a los once titulares de Colo Colo a la selección chilena para jugar las eliminatorias en 1973. A ellos agregó a Alfonso Lara. Al año siguiente mantuvo a Lara en el plantel para jugar en el Mundial de Alemania, incluso lo mandó unos minutos a la cancha en el debut contra el local en reemplazo de Juan Rodríguez. Tan anónima fue su tarea, que hace algunos años pregunté a un grupo grande de gente conocedora del fútbol chileno y nadie fue capaz de recordar a Larita en el Olímpico de Berlín disputando balones con Höeness, Cullmann o el zurdo Overath.

Obvio que su muerte no lo convierte en un crack, ni el tiempo sobredimensiona sus cualidades. Tuvo partidos malos, se comió más de un baile y le dio pases al rival. También le vi borrar de la cancha a algún habilidoso y hasta meter un gol de cabeza por Everton. En resumidas cuentas estuvo ahí, jugó en uno de los mejores equipos de la historia, enfrentó en un Mundial a Franz Beckenbauer y hasta la embocó en alguna tarde bonita en Primera División. El “Huaso” Lara se embarró las patas dignamente en nuestro sufrido fútbol chileno. En algún café del centro se le recordará mientras los veteranos ven caer la tarde. Justicia divina.

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