Columna de Manuel De Tezanos Pinto: ¿El límite es el racismo?

El periodista analiza los incidentes en los cuáles se ha vuelto involucrado el delantero venezolano de San Marcos de Arica, Emilio Rentería: "No se puede caer más bajo", dice.

Por Manuel De Tezanos Pinto

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Hay algo que no me cierra respecto al caso Rentería. No me malinterprete… Estoy totalmente de acuerdo con la decisión de Julio Bascuñán de suspender el partido y repudio el comportamiento de parte de la barra de Iquique contra el jugador de San Marcos de Arica. Compararon al jugador con un mono (hay fotos que lo certifican) y se burlaron de su raza. No se puede caer más bajo.

También aplaudo la reacción del Gobierno, el apoyo del Sifup al jugador y el rechazo absoluto que ha generado en la opinión pública este lamentable episodio.

Yo me pregunto ¿Por qué se tuvo que llegar a este extremo para empezar a sancionar los insultos? ¿Cuál es el límite? ¿Es aceptable, entonces, sacar la madre en todas sus variables, burlarse de preferencias sexuales, denostar a los que provienen de clases sociales más humildes, escupir y amenazar hasta de muerte libremente a jugadores e hinchas rivales? Porque lleva años ocurriendo en los estadios y nunca ha pasado nada. ¿Mientras no haya racismo todo bien, entonces? ¿Es así la historia?

Me rehúso a aceptar este tipo de violencia en el fútbol porque es parte del “folklore”. ¿En qué momento empapelar a garabatos a los jugadores, técnicos y simpatizantes rivales se convirtió en una forma válida de “desahogo del estrés de la semana”?

No hay justificación para el comportamiento psicótico que se admite en los estadios. “Así vivimos el fútbol”, “en Sudamérica somos más apasionados, por eso no podemos comportarnos como los europeos” son algunas excusas que en realidad suenan a “mal de muchos, consuelo de tontos”. Si queremos estadios, jugadores, partidos y un espectáculo en general como los mejores torneos del mundo, tenemos que cambiar nuestras costumbres para estar a la altura.

Queremos terminar con la violencia física que provocan las barras bravas, pero no somos capaces de mirarnos el ombligo para ver que en realidad nos comportamos como unos energúmenos en los estadios. Y no es un problema de educación, pues ocurre en todos los sectores de todos los recintos de Chile. El asunto es cultural. En algún momento la sociedad admitió esta forma de actuar como “normal” y eso tiene que cambiar de raíz si realmente queremos paz en nuestras canchas y que “vuelvan las familias”. Hoy lo peligroso de llevar un niño a un partido no es que le llegue una piedra en la cabeza… es que verá miles de adultos gritando como locos de patio y aprenderá, erróneamente, que así es como se debe vivir el fútbol.

Hay que empezar respetar. Sin que importe la camiseta. Técnicos, jugadores e hinchas (especialmente los rivales), periodistas, carabineros… todos merecen ser tratados con dignidad. La violencia en los estadios no se va a acabar con un plan mágico. O cada uno aporta lo suyo y hace un esfuerzo para colaborar con la causa, o el problema no se va a terminar nunca y tendremos siempre el fútbol que merecemos, no el que queremos.

GRAF/RR

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