El zorro le decía al Principito que los hombres, los humanos, “ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!” El zorro le pedía a El Principito que le domesticara. Le pedía ser su amigo, algo único en el mundo. Y se despidió regalándole un secreto:
“He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.”
Parece que estamos en tiempos en que nuestro sistema educativo parece olvidar lo única que es cada persona –cada pequeño humano que cruza una sala de clases-, y lo reemplaza con un número que designa si somos buenos o malos. No únicos, simplemente buenos o malos. Parecemos perder lo esencial de la educación, y en vez de verla con el corazón, vemos con el SIMCE.
El SIMCE pretende distinguir entre escuelas buenas y malas, sin decirnos lo esencial. Sabemos que muchas de las cosas que los padres consideran importantes que sus hijos aprendan no pueden ser evaluadas por una prueba de alternativas. Los niños y niñas requieren otras cosas: cuidados, afectos, relaciones, actividades desafiantes, respeto por su ritmo de aprendizaje, la consideración de cada niño y niña como algo preciado, único. El SIMCE es todo lo contrario a la consideración y el aprendizaje de aspectos relevantes para los estudiantes.
Identificar la respuesta correcta dentro de una serie de alternativas difícilmente será una habilidad que los estudiantes pueden aplicar en un contexto distinto a una prueba estandarizada. El entrenamiento constante para rendir estas pruebas, 17 en total este año 2014, sólo acaba con la capacidad creativa, y nos hace perder el tiempo de conocer. Tal como el zorro le dice al Principito, nos preocupamos de comprarle a los mercaderes cosas hechas, como preguntas con una única respuesta correcta o un puntaje SIMCE. Pero no hay mercaderes para lo esencial.
Necesitamos escuelas que nos permitan conocer lo esencial. Queremos una escuela refleje la vida y lo que queremos de ella, que considere las características de cada estudiante y que contagie a los estudiantes con la alegría de aprender cosas nuevas y relevantes para ellos y su contexto. Queremos escuelas seguras, que preparen a los estudiantes para resolver problemas complejos, llegar a consensos en situaciones de conflicto, o argumentar y defender sus opiniones de manera clara. Éstas son habilidades esenciales para aprender a vivir en una sociedad democrática, para detenernos a conocernos mejor, y que no caben en el SIMCE.
Otras cosas son también invisibles al SIMCE. Escuchará usted de muchos expertos que, erróneamente, le dirán que el SIMCE es un simple termómetro que mide “calidad”. Sin embargo, quienes hemos trabajado en escuelas sabemos que el SIMCE tiene efectos nocivos concretos en la vida de profesores y estudiantes. Los defensores del SIMCE son ciegos al estrés de profesores y alumnos por rendir un puntaje alto, a las horas de clase usadas para entrenar a los estudiantes a contestar ensayos SIMCE, a las sanciones morales y económicas contra escuelas que no conforman la norma de buenos puntajes, y a tantos otros efectos negativos del SIMCE. A esos defensores les importa más una base de datos que le sirva a los mercaderes de la educación que el bienestar de los niños. De sus niños, de nuestros niños.
Por eso, le compartimos el secreto como el zorro al Principito: Lo esencial es invisible al SIMCE. ¿Hasta cuándo aceptamos que nuestro sistema educativo siga siendo ciego a lo esencial?