Opinión

Columna de Juan Manuel Astorga: "El cantar de los pobres"

conductor y editor de radio duna. Todos los viernes en Publimetro

Más de alguna vez habrán escuchado eso de que, en lugar de andar contando a los pobres, mejor sería sacarlos de la pobreza. Y como respuesta a esa frase, que para saber cómo sacarlos, primero hay que saber cuántos son. En honor a la transparencia en un tema sensible y que nunca debe dejar de preocuparnos, ni siquiera nos hemos puesto de acuerdo sobre cómo contarlos. 
Hace unos días se conocieron los resultados de la última encuesta de Caracterización Socio Económica, Casen, según la cual, bajó la pobreza entre el 2009 y el 2011 de un 15,1 a un 14,4 por ciento. Se complementaron esos datos con otros del mismo sondeo, según los cuales la diferencia de ingresos entre el 10% más rico y el 10% más pobre bajó de 46 veces a 35. O sea, disminuyó la desigualdad. Pero -y como siempre, hay un pero en estas discusiones- a pesar del optimismo del Gobierno porque se está avanzando en la lucha contra la pobreza, desde la oposición surgieron críticas porque, dicen, el mecanismo para hacer la medición está obsoleto.
Para saber si alguien es pobre o indigente, se determina el valor de una canasta básica para cubrir las necesidades de su alimentación. Esa canasta llega hoy a poco más de 36 mil pesos. Si alguien genera recursos para una canasta o menos, esa persona está en la línea de la extrema pobreza o la indigencia. Si ese mismo valor se multiplica por dos, para cubrir otros gastos como transporte y vestuario, el monto llega a 72 mil pesos. Esa cifra, o sea, dos canastas, determinan quién está bajo la línea de la pobreza. La crítica no radica en que se mida a un pobre por los recursos que tiene para comer, sino que, más bien, por lo que está comiendo. La canasta básica de alimentos con la que se hace el cálculo data del año 1987 y, por lo mismo, está desactualizada. En ella figuran, por ejemplo, el aceite a granel, algo que ya no se vende. Además, está calculada según lo que se consumía ese año en el gran Santiago, sin considerar que los hábitos alimenticios en regiones eran y son diferentes.
¿Por qué entonces no se cambia la metodología de medición y se actualizan los datos de esa canasta? Todos los expertos coinciden en que una renovación incrementará el valor de la misma. Ya no costaría 36 mil pesos, sino que entre 45 y 50 mil pesos como mínimo (porque incluiría productos que no figuran en la actual cesta alimenticia y cuyos precios son altos). Esto significaría que, a su vez, se multiplicaría el número de pobres.
Hace 6 años el actual ministro de Hacienda, Felipe Larraín, entonces dedicado a las consultorías y el mundo académico, recalculó los datos de la Casen sobre la base de una canasta actualizada y según sus resultados, la pobreza era de aproximadamente 29%, y no de 13,7%, como lo aseguraba la encuesta del 2006. ¿Por qué entonces el actual Gobierno del cual Larraín es pieza clave no remozó la base del sondeo? El argumento dado desde La Moneda es que si se cambia la fórmula de cálculo, la siguiente encuesta que se realice no tendría base de comparación con las anteriores, porque la metodología sería distinta. Bajo esa lógica, ninguna encuesta o fórmula de evaluación podría ser modificada. Por ejemplo, no se habría podido cambiar la Prueba de Aptitud Académica, PAA, por la Prueba de Selección Universitaria, PSU, o no se habrían podido modificar las preguntas del Censo de este año, comparativamente al del 2002.
En la Concertación en tanto, ni se les arruga la cara cuando se atreven a cuestionar la medición, diciendo que está desactualizada. ¿Por qué no la cambiaron cuando estuvieron en el poder? Por la misma razón: no querían asumir públicamente que hay más pobres de los que la Casen afirma.
Aunque desactualizados, los datos arrojan de todas formas algunos antecedentes interesantes. El más comentado se refiere a una baja en el número de pobres de 15,1% en 2009 a 14,4% en 2011. Hace dos años, la población que vivía bajo esa línea había aumentado producto de un incremento en el precio internacional de los alimentos, lo que tuvo directo impacto en sus escuálidos bolsillos. Dos años después, se retomó la senda de la disminución gracias a una baja en el valor de esos precios y a la creación de puestos de trabajo.
Queda trabajo por hacer. Una de las cosas que preocupa es que el número de mujeres en la pobreza sigue siendo mucho mayor que el de hombres. La muestra afirma que un 55% de los hogares que viven en la indigencia están a cargo de mujeres. Se agrega a eso que, en promedio, casi uno de cada cuatro menores entre cero y 17 años figura sumido en la miseria. A estos antecedentes hay que agregar otro. Según las cifras de desocupación del Instituto Nacional de Estadísticas, INE, donde menos puestos de trabajo se generan en Chile es en los segmentos femenino, juvenil y rural. Esto significa que una mujer joven que vive en el campo multiplica por tres sus posibilidades de fracasar cuando busca trabajo. Cruzando esos datos con la Casen, el resultado es conmovedor.
Para terminar, valgan otras reflexiones muy necesarias también. Más allá de contar cuánta pobreza hay en Chile, se vuelve imperioso saber qué significa en la práctica ser pobre hoy. Si antes se asociaba a pasar hambre, frío, estar descalzo, al analfabetismo, la desnutrición y una alta mortalidad infantil, hoy la pobreza tiene otra cara. No hay desnutrición sino que obesidad porque los alimentos que consumen son altos en materia grasa, porque son más baratos y porque quitan el hambre. No hay analfabetos pero sí una educación muy deficitaria. Hay mayor esperanza de vida, pero no por eso de mejor calidad. Hay altos grados de vulnerabilidad y brechas sociales, con pobres que sí tienen casa pero que viven en zonas periféricas que generan guetos que los excluyen.
Entender mejor qué representa ser pobre en Chile, y no sólo saber cuántos son. Discutir cómo se rompe el círculo de la pobreza y qué cuestiones estructurales hay que cambiar para disminuir la desigualdad y no únicamente sobre metodologías y encuestas. Es eso de lo que Chile debe hablar. El resto es un canto desentonado con música que nadie baila. Basta ya de seguir desafinando.

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