Columna Come y calla, por Felipe Espinosa: Sueño bolivariano

Opinión Felipe Espinosa Chef ejecutivo / “House casa del vino” / Twitter: @Psyfat

La migración de habitantes sudamericanos a nuestro país es cada día mayor y al mismo tiempo, cada día más intensa. Negros, zambos y mestizos traen a nuestro gris Santiago aromas de platanal, sabores tropicales y alegres tonadas que logran dar más color y vida a la fachada de la ciudad. Con mis colegas del colegio visitamos Ecuador por primera vez cuando aún teníamos caña de nuestro primer paseo mechón, aventura de itinerarios interminables en buses para poder llegar a la mitad del mundo. Todo esto cuando aún teníamos tres meses de vacaciones. “Juventud divino tesoro”, cantaba Luca Prodan de Sumo, y cada día lo aprecio más. No es que me esté sintiendo viejo, pero, cuando la irresponsabilidad y el tiempo te permitían viajar sin pauta y casi sin dinero, eso es lo que se extraña. Hoy mi tiempo vale sus segundos en oro y no creo poder volver a repetir viajes de 60 días de mochila en el país de las Galápagos.

Si pensamos en revolución bolivariana, entonces Independencia es la calle ideal. Ahí se encuentra “Don Bolo”, un local que llegó a mis oídos por el azar y que recomendé para ir a celebrar. Su frontis tiene más aspecto de centro de llamados con un cartel de alusivos colores y que quizás marea con mucha información. Las sillas son de plástico, los manteles también y la alcuza es como de casa, pero esa primera impresión se aleja con la sonrisa de su siempre atento personal. Todo el mundo anda relajado, la cosa se mantiene en calma, tienen una recatada carta de vinos y venden cervecitas de litro, gol.

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Mientras esperábamos a que llegaran todos los mochileros, de la cocina pedimos bandejas Don Bolo, una suerte de tabla para picar que traía yuca y plátano maduro frito, trozos de pescado rebozados y unas empanaditas que aún saboreo y sólo me recuerdan el calor de Huaquillas. Cuando todos llegaron comenzó el festín. No hay que distraerse mucho con los platos, aquí uno va a comer camarón. Dicho y hecho, fuimos agasajados por distintas preparaciones, encocado, que fue el elegido como el mejor de la noche, apanado, salteado y en sopa, todos con sus respectivos patacones, siempre arroz y en algunos menestra. Yo comí cazuela de camarón, una greda con abundante crustáceo reposado en una mazamorra de plátano y maní, acompañado de arroz blanco, una delicia con sabor a costa de manglares y cálidas aguas, de postres nada, en esta ocasión del principal al trago largo y punto.

La mesa era grande y casi todos con experiencias juveniles desde Guayaquil a Quito, inclusive más allá. La sierra, la costa y la selva nos enviaron deliciosos platos con todo el carácter ecuatoriano, lo más importante, todos felices con el suyo, ese es el mejor indicador de calidad, una sonrisa en el estómago de todos mis amigos.

Coordenadas
Don Bolo, Av. Independencia 1130, Independencia.
Teléfono. 2- 7351295

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