Ser arquero es asumir un puesto especial. No lo había pensado así hasta que así me lo hizo ver el comentarista de Radio Agricultura Danilo Díaz. No por nada este hombre es premio nacional de periodismo deportivo. Agradezco su reflexión tan lúcida, porque me abrió los ojos frente a la particular condición de un guardametas. Mientras todo el resto de los jugadores se esmera en hacer goles, su misión y desafío es el contrario, evitarlos. El arquero es atípico, porque es el único que toma la pelota con las manos. A diferencia de sus compañeros, él sistemáticamente juega en un puesto solitario. Suele ser líder y, como si fuera poco, si comete un error, se paga mucho más caro que casi cualquier otra mala jugada en la cancha.
Ser arquero y por opción es querer marcar la diferencia. Ese fue Sergio Livingstone. Y lo hizo hasta el último día de su vida. Su historia, tan única, se cruzó con otra igualmente peculiar.
Ser mujer en los años 50 no era menester fácil. Con libertades muy limitadas, recién accediendo a derechos tan básicos como poder votar en las elecciones y enfrentadas al machismo imperante que incluso le ponía trabas a las carreras que podían estudiar, abrirse paso tenía costos altísimos. Raquel Correa escogió ese camino, el difícil. Fue “rara” en su especie desde muy joven, cuando entró a estudiar teatro escondida de su familia y participó, al poco tiempo, en una obra que la puso sobre la escena fumando y haciendo de pareja de un homosexual, algo muy escandaloso para la época. Y aunque tuvo que dejar su aventura frente al cuestionamiento social del que fue víctima, igualmente terminó metida donde sólo los rudos solían estar.
Marcó pauta porque fue de las pocas mujeres que se dedicó con propiedad y talento al periodismo policial, cuando la revista Vea de los años 60 se dedicaba a cubrir este tipo de noticias. Y su sagacidad en el reporteo y una pluma privilegiada le destacaron como pocas veces una mujer ha podido brillar allí donde alumbraban sólo los hombres. De ahí en más, una carrera excepcional que la convirtió en la mejor entrevistadora de Chile. También marcó la diferencia. Y lo hizo hasta el último día de su vida. Su historia, también única, termino escribiéndose junto a la de Sergio Livingstone.
Con apenas unas horas de diferencia, nos dejaron dos tremendos íconos del periodismo y las comunicaciones. Y la reflexión que había que hacer, quizás por lo obvia, es la única que hasta ahora no ha sido puesta sobre la mesa: no sólo fueron únicos en su rubro, sino que le doblaron la mano al cruel destino que aguarda a los que ingresan a esa tan poco respetada categoría del adulto mayor.
Ambos personajes destacaron por sus singular talento profesional, pero especialmente porque le ganaron el gallito a las generaciones más jóvenes que suelen copar los espacios de los más experimentados. Es imposible dudar que fue la personalidad de cada uno y los caminos que eligieron lo que les permitió llegar hasta sus últimos momentos como profesionales con trabajo vigente y muy valorados. Pero por sobre todo, su capacidad de juicio, su agudeza, su ingenio, intelecto y su coraje los tuvieron como vivos ejemplos de profesionales respetados hasta hoy.
Ambos son excepciones a la regla. Sobrevivieron y con éxito a la incomprensible costumbre chilena de despreciar la experiencia. Esa mala práctica de desestimar la antigüedad y ningunear el conocimiento que se consiguió con la madurez. Mientras en otras sociedades y culturas, a los mayores se les admira y hasta venera, en Chile ser viejo es sinónimo de acabado. No hablamos aquí de impedir el siempre necesario tiraje a la chimenea que los jóvenes le dan al desarrollo de la sociedad, sino de incorporar a esa sangre nueva la sabiduría del que la acumuló con el paso de los años.
Grandes glorias de Chile murieron en el olvido o el abandono simplemente por la desconsideración a sus canas. Figuras que fueron jubiladas cuando no habían siquiera alcanzado a dar vuelta a la esquina de los 50 años.
Este desaire de relegar de forma perpetuamente humillante a nuestros más adultos amenaza con jugarnos en contra. Según la primera entrega de los resultados del Censo 2012, la sociedad chilena está envejeciendo. La decisión de las parejas de no tener más de dos hijos, sumado a la mayor expectativa de vida de los chilenos, nos lleva por la senda de un país que cada día tiene más adultos mayores. Confiarse sólo en la juventud y excluir al más viejo no parece un buen negocio. En poco tiempo más, con los puros jóvenes no nos va a bastar.
¿Cuántos talentos hemos arrinconado o apartado por esa pretensión de girar hacia lo fresco? ¿Qué hubiese ocurrido si con Raquel y Sergio hubiese pasado lo mismo? Afortunadamente para los que agradecimos sus décadas de experiencia ganada y su constante vigencia, Raquel Correa y Sergio Livingstone pudieron sobrevivir al desdén con el que se trata al que más ha vivido. Hasta en eso lograron ser únicos. Como el arquero en un equipo o la reportera policial en un antro de machos.
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