En el último mes, la televisión chilena ha estado telúrica como pocas veces sucede. Esta semana vimos en vivo y en directo la gloriosa resurrección de Yerko Puchento, con una rutina que le dio clases de stand up a la mayoría de los personajes de “El Club de la Comedia”, y la estrepitosa caída de “Las Argandoña”. Probablemente el primer caso en que una red social -estimulada por los programas de farándula que le pasaron la cuenta a la animadora- derrumba desde los cimientos las posibilidades de un programa antes de su debut.
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Esta semana vimos el regreso de “Psíquicos”, un gran show que parece estar mucho más afinado que en la temporada anterior, y pudimos sintonizar el decepcionante debut de “Cangri & Dash”, algo que suele pasar en los primeros capítulos de este tipo de docurrealities debido a que estos son básicamente, una sinopsis que presenta a los personajes. Pero a pesar de ello, hubo algo más preocupante en su debut: si en “Perla” ambos personajes encantaban con un divertido y espontáneo desparpajo, hoy muestran una peligrosa autoconciencia. Habrá que ver cómo evolucionan.
Durante este mes también hemos presenciado el debut de dos series de ficción en Mega (”Cobre” y “Solita Camino”) y una serie documental en UCV (“Creo”). Todos programas de los que hablaremos a su debido tiempo. Porque es hora de hacer justicia, y escribir de lo que personalmente creo es la mejor serie creada en Chile desde las primeras tres temporadas de “Los 80”: “El Reemplazante” de TVN.
La mención de la ya clásica serie de Canal 13, que también regresó a la pantalla en este último mes, no es gratuita. Con todas sus enormes diferencias y particularidades ambas retratan importantes temáticas y episodios de nuestra historia. Una ambientada hace tres décadas atrás. La otra situada en la urgencia del aquí y el ahora.
Y ambas cumplen con el mayor logro al que puede aspirar la ficción: la increíble verosimilitud que conmueve. Porque tan emocionante como las golpeadas de mesa de Juan Herrera, es ver al Maicol -el verdadero protagonista de “El Reemplazante”- abriendo el refrigerador cuando su hermana chica le dice que tiene hambre, para encontrar nada más que un solitario huevo para engañar al estómago.
“El Reemplazante” es una grandísima serie -de esas que nos dejan al final de cada capítulo, impacientes por el siguiente- por las mismas razones que todas las series no fantásticas alcanzan altos estándares: guiones, dirección de arte, musicalización, fotografía, y sobre todo, actuaciones. Acá hay una pléyade de actores consagrados (Sergio Hernández, Blanca Lewin, Roberto Farías, Mónica Carrasco), uno que va en camino de lograrlo (Iván Álvarez de Araya) y dos descubrimientos que valen oro: Sebastián Ayala y Gastón Salgado.
El primero en el papel de Maicol, el estudiante que lleva la historia. Un personaje que no necesita diálogos para construir su estupendo trabajo: le basta con su ceño y sus silencios, que resumen a la perfección el sentimiento de impotencia que marca al Chile mayoritario. Ese Chile que sufre a Chile: al de la pésima educación, al de la mala salud pública, al de los sueldos de miseria. El resentimiento. Esa emoción que ha convertido en arte gente como Jorge González.
El otro, en el papel de Claudio, el narcotraficante que recluta al Maicol. El delincuente más creíble en toda la historia del cine y la televisión chilena desde “El Chacal de Nahueltoro”. Un Tony Soprano de la periferia santiaguina que ya nos regaló una escena de antología, cuando encerrados en un auto le ofrece un “trabajo” al Maicol.
“El Reemplazante” es una estupenda serie a pesar del par de fisuras que mostró el guión en su primer capítulo: nunca se explicó bien por qué el corredor de bolsa caído en desgracia que protagoniza la serie, prefiere disculparse con un estudiante que ir a una reunión de trabajo con un alto ejecutivo de una minera que le habría devuelto su estatus perdido.
“El Reemplazante” es una gran serie porque no cayó en la tentación populista de retratar el movimiento estudiantil, como parte de la prensa anunció, y se enfocó en las historias tal como lo hizo “Los 80”, cuando se negó a ser un vacío retrato del revival que hace algunos años generó esa década. Esta serie merece ser vista, sobre todo, porque acá hay empatía donde la mayoría tendería a dar un discurso moralista: uno puede entender a los desganados estudiantes atrapados en la miseria de la educación pública, a los profesores atrapados en el pago de Chile, a los delincuentes que deciden seguir ese camino. Entender el drama de un grupo social amplio, que es mal tratado constantemente por un país que parece decirles, día a día, que simplemente sobran.