Columna de Copano: "Cómo mejoramos la conexión"

Los padres de mi generación perdieron el poder. Hijos del trauma militar, fueron castrados en su adolescencia por toques de queda y miedo en las calles. Probablemente lo más cercano a la felicidad que tuvieron cerca fueron las ocho horas semanales de “Sábado Gigante”.

En el origen, mi generación adquirió el superpoder de cruzar paredes: Messenger representó la posibilidad de evadir el castigo sin salir a la calle o la incomunicación con los amigos del barrio en los días de semana. MSN fue comunicación con el mundo exterior, sin necesidad de estar en el mundo exterior. La revolución de moverse sin moverse.

Es que papá y mamá nunca se dieron cuenta de lo que estábamos mirando en la red. La mayoría pensaba que era algo tan artificial y poco formativo como un videojuego de Super Mario. Pero somos parte de una generación que supo qué hacer con sus genitales gracias a los motores de búsqueda. Tanto es así que si buscas en Google “cómo sé que” lo primero que sale es “cómo sé que estoy embarazada”.

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Altavista y más adelante Google fueron los hermanos mayores que nos iban a dar respuestas cuando nadie las tenía. Los que nos iban a invitar a hablar de los temas tabú. Los que nos iban a proporcionar miedos en forma de leyendas urbanas.

Hace cuatro años estoy visitando colegios. He dado charlas a más de 30.000 niños de quinto, sexto, séptimo y octavo en el Programa Internet Segura de VTR. Y he visto cosas de forma transversal, ya que son escuelas de todas las comunas, regiones y realidades socioeconómicas. Es una gira para tratar de enseñar lo que los padres no hacen.

Hay algo que tienen en común todos los niños con los que hablo: su frase de cabecera es “mi papá cree que Internet se usa en el microondas” y bajan y observan todo sin ninguna clase de control.

Para eso hay que enseñarles que se deben cuidar. Hay adultos que se vuelven amigos de ellos en grupos de Facebook temáticos o chats sin control.

El error es que los padres siguen pensando que Internet sólo sirve para enviar cadenas o reenviar chistes. Por eso hay que tomar acción.

Lo primero es enseñarles espíritu crítico. Las pantallas confirman cosas en la mente de mucha gente. Pocos dudan si sale en grandes letras impresas algun tema. O lo escuchan en la radio o en la tele. Si no, no habría tanta gente espantada cuando un grupo de tipos juega a predecir un terremoto generando pánico en la población. Terrorismo mediático sin juicio ni control.

Por eso los niños deben aprender a dudar. Y captar que en Internet uno puede mentir y hacerse pasar por cualquier cosa. Cualquiera puede publicar.

Aunque no lo crean los que más confían en algo detrás de un computador no son los chicos más vulnerables: me encuentro generalmente en colegios ABC1 con quienes creen que todos son confiables. 

Lo otro es el asunto del ciberbullying. Cuando yo era chico, y ni se hablaba de lo grave que era molestarse sin control en la escuela, al partir a casa, se terminaban los problemas. En cambio ahora los niños se molestan 24/7. Son acosadores virtuales, crueles, cuyos padres no detectan y las víctimas para no sentirse alejados de sus pares, optan por callar. Ahí, en ese odio, es el que hay que atacar. Finalmente hay que hablar en sus códigos: no decirles “es malo”. Si no “ser troll te dejará forever alone”.

Y desde ese punto de vista también preocuparse de qué reciben. Invitarlos a ser mejores, a que descubran que leyendo pueden ser expertos en lo que les gusta. Si les gusta el rock o el rap, que averigüen todo en Wikipedia y así hagan ejercicio con sus mentes. Que lean más. A mí me tocó leer libros que no tenían nada que ver con lo que me pasaba. Si no hubiese tenido el apoyo de mis padres la verdad hubiese dejado de hacerlo, porque ahora el mundo es mucho más diverso que el Mío Cid que me daban en la escuela.

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Para saber qué hacen tus hijos tienes que estar dentro de lo que son las redes. Y perderse la oportunidad de seguir aprendiendo es una estupidez. Hay que avanzar con ellos y captar que quedarse atrás es perder en el mundo de la tecnología para acompañarlos.

Algunos creen que la tecnología nos aleja. Otros pensamos que podemos estar cerca de los que queremos todo el tiempo con un celular en mano y contarnos lo que pasa. La comunicación se abre si tenemos disposición.

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