Opinión

Columna de Marcela Lechuga: La vida es estrés, el estrés es vida

Constantemente estamos escuchando: “No hagas eso que te vas a estresar”, “no te estreses que te va a hacer mal”. Estas expresiones igualan la experiencia del estrés a algo negativo, que nos amenaza, que no debiera ser parte de nuestra vida, que limita nuestro bienestar. Si bien estas afirmaciones manifiestan la percepción de quienes las expresan, no representan una verdad experimentada por todos. Por eso los invito a cuestionarnos las creencias razonables que tenemos sobre lo que es el estrés, para buscar nuestra propia verdad. Generalmente hablamos de estrés cuando queremos expresar con cierta indefinición algún tipo de tensión, presión o esfuerzo producido por demandas que la vida nos plantea, o bien cuando buscamos precisar algunas emociones y sentimientos que experimentamos ante determinados hechos de la vida. Esta confusión se funda en los orígenes del concepto de estrés, ya que en un comienzo se definió como una respuesta sicofisiológica del organismo y, desde este enfoque, se manifiesta a través de palpitaciones frecuentes, excesos de sudoración, dolores internos, entre otros síntomas. Pero esta atribución inmediata a señales corporales es imprecisa. Pensemos,  por ejemplo, cuando corremos para no llegar atrasados al trabajo. ¿Qué es lo que comúnmente decimos? “Me estresé para llegar”. Si describimos bien lo que nos ocurre, es que nos  cansamos con el esfuerzo realizado. O cuando vemos una persona que nos atrae en el asiento de al lado decimos: “Me estresé cuando la vi”, en vez de decir “me saltó el corazón”. Esta confusión nos lleva a sentirnos como víctimas de un gran monstruo que amenaza nuestras vidas, al que hoy en día lo llamamos estrés. Si logramos comprender mejor nuestro cuerpo y sus reacciones, nos facilitará liberarnos de esta amenaza y comenzar a valorar el estrés   como un aliado que nos permite responder a la vida. Esto significa que poseemos un sistema perceptivo maravilloso, capaz de escudriñar el entorno y detectar estímulos peligrosos, especialmente cuando existen indicios de que la amenaza puede estar presente o cercana. Por ejemplo, si los pescadores de zonas amenazadas por tsunamis esperaran la información oficial ante un peligro inminente, perderían la potencialidad propia de su naturaleza y experiencia para reaccionar en forma oportuna. Por lo tanto, un modo rápido de reaccionar tiene una utilidad adaptativa obvia: preservar nuestra integridad. No es el estrés por sí mismo, ni el dolor, ni la enfermedad, lo que nos lleva al sufrimiento, sino más bien nuestra valoración de los hechos y nuestras posibilidades de afrontarlos de forma eficiente y efectiva. Una vez un paciente con VIH me dijo que se sentía más sano ahora que estaba enfermo, porque antes de enfermarse no valoraba su vida y ahora sí. La respuesta al estrés  varía de una persona a otra de acuerdo al significado que le atribuimos a la situación, a los recursos que poseamos para afrontarla y al sentido personal que le otorguemos. Edgar Jackson dice: “Lo importante no es lo que la vida nos hace, sino lo que cada quien hace con aquello que la vida nos hace”. Entonces los invito esta semana a valorar el estrés como un aliado en nuestra vida, que nos impulsa a materializar nuestros sueños, nuestras metas y en la próxima columna valorar… ¿Por qué asociamos estrés a enfermedad? Las opiniones expresadas aquí no son responsabilidad de publimetro

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