En mi vida profesional he dejado plantada a mucha gente. Siempre me arrepiento, pero a mi pesar, siempre lo vuelvo a hacer. No sé por qué lo hago, de hecho no tengo nada en contra de las personas a las que he dejado esperando. No es una protesta ni una venganza. Simplemente lo hago y no sé por qué.
Dejé plantado al periodista Mirko Macari cuando era editor del diario La Nación domingo. Me contrató como entrevistador de su diario. Mi sección se llamaría “Bellos en la sopa” un juego de nombre con mi apellido. Para la sección entrevisté al periodista Andrés Baile. Desde la elección del personaje todo partió mal. La entrevista fue pésima, entrevistado y entrevistador (yo) también. Mirko, me llamó el dÍa de entrega, el diario cerraba su edición a las pocas horas, le dije que la entrevista estaba lista, que había quedado muy divertida y que en un minuto se la enviaba a su mail. No lo hice, no le contesté más el teléfono y lo apagué. Eso fue el año 2004. Desde ese día que no hablo con él.
Un joven estudiante de periodismo de la Universidad de Playa Ancha me llamó para que diera una charla en su universidad. Le dije que encantado y que era un honor para mí ser invitado, ya que nunca había dado charla alguna. Le dije que a las 18:00 horas estaría en su facultad, que me tuvieran un data show para proyectar imágenes. Les hablaría a los estudiantes de mi experiencia trabajando en medios masivos, para lo cual me apoyaría de material audiovisual. Contaría anécdotas y trataría, dentro de mis posibilidades, de aconsejar a los muchachos, provincianos como yo. A eso de las 17:00 horas me mandó un mensaje emocionado contándome que mi charla tendría una alta convocatoria y que ya había más de 100 estudiantes esperándome. No tenían data ni telón, pero se habían conseguido. Me dijo que después de la charla me invitaba a su casa a comer, que su madre que estaba con depresión, me quería conocer porque le alegraba las mañanas. Le dije que iba en camino, que no tardaba en llegar, y que me esperara con cervezas heladas. Le corté. Nunca tomé el bus a Valparaíso.
Podría relatar decenas de experiencias como éstas. La más reciente, dejé plantado a los de la campaña por la Asamblea Constituyente. Tenían preparado un spot con el actor Pancho Reyes, con quien debía interactuar. Estaba todo listo, Reyes estaba caracterizado de señor Corales y yo debía ser una especie de arlequín. No llegué. En el comercial se puede ver a Pancho Reyes hablando solo.
Me siento mal por lo que he hecho, y no me quiero justificar, pero no sé decir que no. No tengo carácter. Y tal vez soy mala persona. No sé. Sólo quiero pedir disculpas a todos y espero nunca más hacerlo.
Hace tanto tiempo que no ando de la mano con mi señora, que hasta me dieron ganas de andar de la mano con ella.
A comienzos de la década pasada entré a trabajar a la radio Amistad, 91.7, una radio tropical. Mi sueño cuando estudiaba Periodismo en Concepción era trabajar en la radio Rock & Pop, muy de moda unos años antes, y hablar como Iván Valenzuela o el “Rumpy” y otros locutores de ese tiempo, pero conseguí entrar a esta radio tropical que programaba sólo música sound y cuyo animador principal era Walter “Cocodrilo” Ardiles, quien hacia el personaje de un gay muy afeminado que odiaba a las mujeres (https://goo.gl/L7NvIY)
A las pocas semanas de haber llegado la radio se acabó, cambió de nombre y de estilo. La radio pasó a llamarse W Radio. “Cocodrilo” Ardiles fue lamentablemente despedido y reemplazado por Felipe Camiroaga. Sí, el mismísimo Felipe Camiroaga.
Allí me tocó trabajar de productor periodístico y conseguir invitados para el programa de Felipe. Todo un honor y un desafío. Un día me vio llegar al programa con sandalias y calcetas blancas, un jeans manchado con grasa y una camisa gruesa de nylon color azul. Estábamos en febrero y andaba casi todos los días con esa misma tenida.
Conmovido por mi mala presencia, al día siguiente Camiroaga llegó con una maleta llena de ropa de él de regalo. Son para ti, me dijo, pero compártelas con Mauro, el radio control. Y así lo hice. Nos dividimos la ropa con el técnico, (vestía peor que yo), la mitad para él, la mitad para mí. Quedamos felices. Esa misma tarde me puse mis nuevas ropas.
Eran prendas que él había dado de baja, de temporadas pasadas. La mayoría me quedaba grande, pero igual las vestí por años, recuerdo con especial cariño una camisa Zara de cuello mao que me llegaba hasta las rodillas. Estuve años usándola.
Esto fue el 2003. Recuerdo que esa temporada estuve con muchas mujeres. Mauro, el técnico, también.
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